Quince años después de que su cortometraje Lo llevo en la sangre se destacara en Historias breves IV con una ingeniosa trama que giraba en torno al clásico Atlanta-Chacarita, Pablo Gonzalo Pérez estrena su primer largo con otra temática muy argentina.
Es que si la infancia es la verdadera patria, para los argentinos el kiosco es la capital. Más que un comercio, es una institución nacional, una meca, un símbolo de placeres sobre todo para quienes fueron chicos en su época de auge, entre los ’70 y los ’90.
Como el personaje de Pablo Echarri, un oficinista al que el hartazgo por la rutina lo lleva a acogerse al retiro voluntario abierto por la empresa (cualquiera coincidencia con la realidad no es pura casualidad). ¿Y qué mejor lugar para invertir el dinero que en el kiosco del barrio de su niñez, que tantos dulces recuerdos le dejó en la memoria? Pero un imprevisto hará que tener éxito como kiosquero le cueste más de lo esperado.
La actualidad del punto de partida está acompañada por algunos personajes de una porteñidad palpable, como el pizzero de un Roly Serrano que vuelve a destacarse. Pero hasta ahí llegan los méritos de El kiosco, que por su tono y realización termina acercándose a un flojo programa televisivo de los ‘80: escenas dramáticas poco logradas se alternan con sketches humorísticos más vencidos que golosina agusanada.