Cuando se dice que en el cine nacional se adolece de guiones, es por la misma razón que se adolece de guiones en la industria a nivel mundial: porque el segundo acto es débil. El segundo acto es la película, es el nudo, el conflicto, es lo que mantiene nuestro interés. Si decir esto les parece obvio, entonces cabe preguntar ¿por qué nuestros realizadores no lo aplican con más frecuencia? Es como si aplicar (o siquiera hablar) de estructura en un guion fuera un pecado terrible que mata la creatividad. Como si estructura fuera sinónimo de límites, cuando en realidad una cosa no quita la otra.
Un Kiosco razonablemente en orden
Si bien posee una pequeña contra en su resolución, bajo ningún concepto se puede negar que El Kiosco tiene un segundo acto sólido. Es una propuesta que busca la manera de hacer interesante a una de las locaciones más cotidianas de nuestro día a día, y lo hace a través de herramientas útiles, infalibles, pero olvidadas con demasiada frecuencia en el cine patrio.
Hablamos de cuestiones sencillísimas como tener un personaje querible, tirarle obstáculos constantemente, sostener la tensión en las escenas, establecer y rematar situaciones tanto dramáticas como humorísticas. Todo esto teniendo en cuenta la realidad argentina, y esas cuestiones estratégicas y comerciales que solo puede saberlas un kiosquero. Por lo menos de la manera en la que lo propone la cinta.
El Kiosco tiene guion tan seguro de sí mismo que no necesita embellecer de más su puesta en escena y no requiere más trabajo del necesario a nivel interpretativo. Simplemente apunta a desarrollar una historia lo más sólida posible, contrata equipo y actores capaces, y lo demás sale solo.
Sin embargo, es necesario señalar que si bien a Pablo Echarri se le creen todas las emociones que transmite al encarar el derrotero de su personaje, uno no puede evitar notar que es él mismo haciendo de Kiosquero, más que un personaje que se convierte en uno.
Aunque la resolución argumental pueda parecer mágica para algunos, la resolución temática está en regla. Dicho tema es cómo la necesidad, si no se la pone en contexto, nos puede convertir en monstruos. Porque claudicar ante ella muchas veces significa no solamente la renuncia a nuestras aspiraciones, sino a los principios que forjan nuestro carácter. Esos que no podemos perder ni ante la mayor de las frustraciones.