Sexo, sudor y (muchas) lágrimas
Es llamativo lo que sucede con El lado peligroso del deseo. Para un especialista en el exceso como Eli Roth, su nueva película -una remake de la poco conocida cinta de 1977 Death Game– se va truncando lentamente por obra y gracia de la tibieza irresoluta de su guión y una actuación poco convincente de Keanu Reeves. Al actor de Matrix el rol le exige una veta dramática que no está en su ADN. Nunca fue su fuerte y esto queda en evidencia una vez más. En algunos pasajes Reeves encuentra el tono que requiere la escena pero en muchos otros pifia por completo el registro. A mayor grado de histrionismo más se notan sus limitaciones. Y coincidamos que no es un papel de gran complejidad, cualquier intérprete de mediano oficio haría un buen trabajo. No es el caso del imperturbable e inexpresivo Keanu, una elección de casting de alto riesgo y muy difícil de entender desde un punto de vista académico.
¿De qué va la historia? Digamos que se enrola en el subgénero de “invasiones de hogar” con dos chicas que con la excusa más vieja del mundo (aducen estar perdidas y piden utilizar el teléfono) se le meten en la casa al arquitecto de clase media alta Evan (Reeves) para luego seducirlo y de a poco ir convirtiendo su vida en un auténtico infierno. El trasfondo responde a un conflicto sexista en el que las mujeres se arrojan el derecho de ejercer una crítica moral sobre ciertos hombres y operar en su contra utilizando para ello las herramientas que Dios les dio. Esa voracidad de castigo sugiere que en algún momento fueron abusadas pero también hay una segunda lectura, seguramente más inquietante, que revela un odio visceral sin explicación ni justificativo. Siendo Evan un hombre casado y con hijos, esa doble moral para Génesis (Lorenza Izzo, esposa de Eli Roth en la vida real) y Bel (la bellísima cubana Ana de Armas) merece su castigo aunque sean ellas quienes provocaron al hombre en primera instancia. Si pisás el palito con estas señoritas cubrite los gemelos porque no se van con chiquitas denotando un grado de sadismo ya practicado en otras oportunidades. Porque Evan, claramente, no es su primera víctima.
Con esta clase de material el viejo Eli Roth se hubiese hecho un festín, después de todo estamos hablando del Rey del “porno horror”. Sin embargo el realizador de Hostel y Cabin Fever no elige el camino del gore para narrar su cuento moral. Prefiere quedarse en los límites difusos del thriller, uno tan previsible como poco perspicaz que elude la fórmula del gato y el ratón pero no encuentra su propio estilo. No uno interesante al menos. Y como tampoco se preocupa por darle giros inteligentes a su guión la cosa termina recayendo en el aspecto controvertido del tema. Lo que en sí no es suficiente para sostener un largometraje. No me malentiendan, Knock Knock entretiene razonablemente; las dos actrices ya mencionadas son un regalo para la vista y ni siquiera merecería ingresar en una lista de los peores filmes del año. Pero artísticamente deja mucho que desear y no convence el proceder de sus personajes puestos todos los elementos que los define en contexto.