Free pizza.
Allá lejos en el tiempo, en la era preinternet, las películas que prometían algo de acción del viejo mete-saca tenían asegurada una porción de la torta. Entre otras cosas, a eso apuntaba la pesadilla trash Death Game, producto olvidado del desconocido Peter Traynor -obra madre de esta remake de Eli Roth- que contaba en los protagónicos con nada menos que Seymour Cassel (recordado por la cinefilia cool por sus trabajos con Cassavetes), con la ex de Eastwood Sondra Locke, y con la guapa Colleen Camp, amiga de Roth y productora de la película que nos ocupa. Aquel desquicio de Traynor arrancaba con la canción Good Old Dad del grupo The Ron Hicklin Singers (interprete de bocha de canciones de series ultra famosas del USA de los 70, como Happy Days), una canción infantil que en el contexto de la película desbordaba oscuridad, cinismo y pederastia. Death Game es una película enferma que incomoda desde una propuesta que punkrockmente -con salvajismo pero también ingenuidad- se mete con los valores tradicionales. La inclusión de la canción Good Old Dad como leitmotiv musical es la clave de la postura y la locura de la película de Traynor, la que la aleja del simple amarillismo y de una posible lección.
La descomposición y la pudrición de la puesta en escena, hermanada con el imaginario de los crímenes de Charles Manson -algo también presente en el primer Craven, donde también se le daba un uso alienante a la música supuestamente no correspondida- y ligada a la moda del asesino serial de los setenta (los gringos imponían torturas afuera pero empezaban a pagar las consecuencias post-Vietnam en casa), todo teñido con una postura camp, hacen de Death Game una película mucho más potente que la que proponía la premisa: el acoso de dos minitas a un empresario que juega al croquet. En Death Game no garpa el erotismo del ménage à trois por el que seguramente muchos alquilaron el VHS en los ochenta, pero el contexto, la fealdad de la edición, los movimientos de cámara, la mala iluminación y el soundtrack generan una incomodidad muy superior a la que logran los juegos sádicos a los que es sometido el personaje interpretado por Cassel, quien -según cuenta Locke en su autobiografía- la pasó tan mal en su papel que no quiso doblar las voces en la postproducción, por lo que su personaje terminó con la voz del cameraman.
Lo más interesante de El Lado Peligroso del Deseo (de aquí en adelante la llamaremos por su título original para evitar nauseas al lector) es el rescate arqueológico de Roth; tal vez Rob Zombie sea otro de los pocos directores de género establecidos que podría haber elegido tal deformidad para readaptar. Simplemente con sus elecciones, Roth demuestra que es un tipo que ama al género que representa y que tiene los cojones para llevar adelante sus apuestas (sin que esto implique que sea un virtuoso); ya lo había demostrado unos años atrás llevando a cabo su homenaje a Holocausto Caníbal con The Green Inferno (película que pasó por varios festivales pero todavía no tuvo estreno comercial en USA). La trama de Knock Knock es un calco de la original: un tipo casado, con hijos, una linda casa, un buen laburo, el bienestar americano de propaganda, hasta que dos limadas vienen a destruir el paraíso de la minoría favorecida del mundo. Los personajes de Roth suelen ser jóvenes de clase media o media alta, y sus representaciones aluden a lo fácil que puede perderse la zona de confort de la pequeña burguesía por una simple decisión. Aquí la mala decisión la toma Evan (un pésimo y no tan joven Keanu Reeves) cuando decide dejar pasar a las dos señoritas.
Roth se aleja del horror y cambia las mutilaciones de Hostel por la destrucción de las mercancías superfluas de la sociedad de consumo. En Knock Knock sufrimos por cómo las chicas le destruyen a Evan su colección de discos o las obras de arte de su esposa, en un mismo nivel que sufrimos por las torturas físicas y psicológicas que también le imparten. Evan es el típico muchachón que se cree más bueno de lo que es, el tipo que quiere hacer lo correcto pero muestra la hilacha de sus miserias cuando compara a las chicas con pizza gratis: “¿por qué me las cogí? ¡Pizza gratis! Son como pizza gratis”, confiesa cuando las ninfas del averno lo tienen atado; y claro ¿cómo rechazar pizza gratis? El gran problema de Roth es que Knock Knock no tiene el contexto de Death Game ni las elecciones enfermas ni la paupérrima técnica del ignoto Traynor, por lo tanto queda expuesta la moralina y se acerca más a las efímeras producciones del Hollywood más banal que a la trasheada original. Sin embargo, en un momento en el que el género que llega a las salas ya ni muestra las tetas, las ideas de Eli Roth siguen siendo bienvenidas.