El consagrado director Martin Scorsese nunca deja de sorprendernos, y tras grandes filmes como Pandillas de New York, El aviador, la oscarizada Infiltrados y La isla siniestra, vuelve a superarse con este film que además marca la quinta participación de DiCaprio con el director, combinación que seguramente se sellará con varios premios.
Basada en el caso real de Jordan Belfort, un corredor de Bolsa neoyorquino de orígenes humildes que en los 90 defraudó por millones de dólares convulsionando Wall Street, grandes corporaciones bancarias y la mafia, la película nos embarca en la vida de este especialista en la malversación de fondos que tergiversa el sueño americano para adaptarlo a su propia realidad llevando una vida de excesos, corrupción, sexo, drogas, poder y dinero que le valieron el apodo de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street).
A la precisión del guion que ya nos tiene acostumbrado Scorsese, y en la que mucho influyo Terence Winter (libretista de Los Soprano) contratado para la adaptación dotando al relato de dosis justas de cinismo, humor, acción y drama, se suma el frenesí de una cámara que energiza todo lo que toma y sumerge al espectador en una montaña rusa de fiestas, sexo, drogas y el espacio íntimo del mundo financiero que logra despertar el lobo que todos llevamos dentro.
Durante tres horas, la película atrapa al espectador en la historia de un tipo brillante en un mundo totalmente desprovisto de moral, donde la codicia, ayudada por la falta de controles y el poder corrosivo del dinero fueron el combustible y el motor de un antihéroe corrompido por los dólares, la cocaína y las prostitutas, pero al que idolatramos y seguimos fascinados durante el relato.
Scorsese no duda en exponer su crítica sobre la corrupción y los mercados, precisamente en un país cuya cultura del dinero conlleva una falta de escrúpulos colosal donde lo que importa es ganar a cualquier precio.
Que un nativo del Bronx con tantas inhabilidades sociales, laxitud moral y poder de persuasión como Jordan Belfort haya llegado a la cima del mundo tiene algo de cómico, de trágico y de absurdo a la vez.
Un intenso Leonardo DiCaprio aporta al personaje lo necesario para transmitir el espíritu de un hombre emocionalmente inestable, cínico, sin escrúpulos, permanentemente drogado y obsesionado en el dinero que pasa su vida al mejor estilo rockstar, pero que al mismo tiempo tiene el carisma y el don, cual pastor de iglesia o secta religiosa, para seducir, convencer y persuadir a sus seguidores.
Escenas como la del club en la que DiCaprio, semiconsciente con su cuerpo paralizado por los efectos de una droga, dirime una lucha interna para subir a su auto y conducir, merecen que finalmente se lleve la preciada estatuilla en la próxima edición de los Oscar.
Un reparto muy bien secundado por Jonah Hill, en un personaje grotesco, un tanto torpe y despreciable que evoluciona de perdedor a millonario, Jean Dujardin, en el papel del banquero suizo despreciable y la bellísima y cautivante Margot Robbie como la tentación rubia que promete para femme fatale pero deviene en inteligente y millonaria ama de casa.
Muchas escenas quedan en la retina, pero sin duda una de las más significativas del film sea la de DiCaprio y su mentor, interpretado por un hilarante Matthew McConaughey. Dos hombres trajeados, sentados a la mesa de un lujoso restaurante con vistas de todo Manhattan, situados en la cima del mundo, entonando el grito de guerra (con golpes en el pecho incluidos) que transformará a nuestro protagonista en todo un depredador.
Con sobrados elementos narrativos, visuales y temáticos que la justifican, un par de nominaciones al Globo de Oro y posicionada como favorita por varios de la prensa especializada, El lobo de Wall Street suena como la gran candidata al Oscar.