Un buen muchacho en Wall Street
La nueva propuesta de la dupla conformada por el director Martin Scorsese y el actor Leonardo DiCaprio es una mirada feroz y fascinante al mundo de las finanzas, con crecimientos vertiginosos, desfalcos y excesos.
Jordan Belfort parece un pariente cercano de Henry Hill, el joven admirador de los mafiosos de Buenos muchachos. Tiene ganas de crecer y triunfar, va al frente sin mirar para atrás, es joven, carismático, seductor, ambicioso.
Pero hay diferencias entre ambos: mientras Henry respeta a sus padrinos mayores hasta que decide traicionarlos, Jordan sólo necesita una lección de cinco minutos a cargo de su mentor (fantástico McConaughey) para conocer las verdades y mentiras en el mundo de las finanzas. También tiene ganas de triunfar lo antes posible, como Tony Montana en Scarface, y para eso se requieren gramos y gramos de cocaína, poder, dinero y estar despierto todo el día.
Volvió Scorsese con toda la furia, y el cine lo agradece. Volvió el de Goodfellas y Casino, el que maneja un tren a toda velocidad y tampoco se detiene para mirar atrás. Retornó el gran Martin, el de los ríspidos cortes de montaje, el festivo y sin culpa católica de por medio, el que filma como si tuviera treinta años o menos. La potencia visual y narrativa de El lobo de Wall Street lo trae en su mejor forma, con una película políticamente incorrecta, donde despliega todo su talento en versión desbordada, orgíastica, a tono con la vida de su personaje.
En efecto, Jordan forma un equipo de desquiciados parecidos a él para apropiarse de los negocios de la gran ciudad. Un grupo de trabajo donde Donnie (Jonah Hill) tiene la vitalidad y simpatía suficientes para comprender que El lobo de Wall Street es una tragicomedia sobre el poder, fiestera, snifada y sexual. Y en este punto aparece la mujer-hembra clásica de Scorsese, Naomi (Margot Robbie), la criatura deseada, el objeto perfecto para el inquieto Jordan.
Entre varias escenas memorables, con un Leonardo DiCaprio sin red y entregando tal vez su mejor protagónico, el delirante momento en que Jordan padece los efectos de unas drogas vencidas, donde su cuerpo parece a punto de explotar, confirma al mejor Scorsese, aquel que filma sobre el exceso, valiéndose de su reconocido talento para contar una historia sobre la corrupción en el poder. Pero no hay lugar para la crítica bienpensante sobre los turbios manejos de Jordan con el dinero. Al contrario.
Como sucedía con Henry en Buenos muchachos, el acoso del FBI aparecerá en la vida del personaje y allí Scorsese retomará los tópicos temáticos de su admirado Elia Kazan (Nido de ratas; Un tranvía llamado deseo), eligiendo a la delación como única salvación de su descontrolado personaje. Jordan, un buen muchacho de Wall Street, mirará sonriente a cámara más de una vez. Como Scorsese mismo, narrando una fábula sobre el sueño americano, mostrando sus miserias y excesos, tal vez imitando el gesto de Jordan por haber dejado una gran película para el disfrute sin culpas del espectador.