La primera sensación que se atraviesa mientras se observa esta película es que ya la ví, no una vez, muchas veces; el otro problema es que es el mismo director, y uno podría articular la famosa frase que reza que un director-autor de cine hace una sola película a lo largo de su carrera. Axioma bastante equivocado si nos atenemos a que Martín Scorsese filmo como director en los últimos 50 años la modesta cifra de 55 películas.
El punto es que la construcción de esta, su ultima producción terminada y estrenadas (hay tres más en camino, una filmando, una en preproducción y otra anunciada y esperada sobre la vida de Frank Sinatra), parece ser siempre la misma y aparecen numerosos temas muy recurrentes ya trabajados por el mismo hacedor en anteriores películas como en “Buenos muchachos” (1990) y “Casino” (1995), entre otras.
El otro escollo que atraviesa es que es hasta posible compararse con el filme “Wall Street” (1987), de Oliver Stone, pero sólo tiene algunos puntos de contacto, el más importante es el espacio en el que se desarrollan la acciones, el mundo de las finanzas, el de los traficantes de dinero.
Más allá de la estructura narrativa, el recorrido de la historia que intenta realizar es una radiografía, la de Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), en su carrera hacia la fama y el poder (el ascenso), la llegada a la cima (el apogeo y el descontrol), la caída anunciada, y la inevitable resurrección.
Los temas repetidos son impunidad, codicia, cinismo, la lucha brutal por el poder, la lealtad y la ingratitud, la fascinación, y ceguera que produce el dinero para describir esa promoción, glorificación y derrumbe.
El relato se centra en la verdadera historia de Jordan Belfort, un joven que con tan solo 22 años, siendo agente de bolsa de Nueva York, ya vive con el mundo a sus pies, mucho antes de lo pensado y/o imaginado.
Partiendo de la premisa de como poder cumplir con el sueño americano, lograrlo como sea, atajos, caminos rápidos, hasta llegar a la codicia corporativa, Belfort pasa de las acciones especulativas y la honradez al lanzamiento indiscriminado de empresas en la Bolsa, a la corrupción a finales de los ochenta. El éxito y la fortuna desmedidos de éste joven veinteañero como fundador de la agencia bursátil Stratton Oakmont, le valieron el apodo articulado por una periodista: “El lobo de Wall Street”.
Dinero. Poder. Mujeres. O su otra versión más común, sexo, drogas & rocK and oll. Las tentaciones abundaban y la amenaza de la autoridad era irrelevante. Jordan y su rebaño de corderos disfrazados de lobos imaginaban que la moralidad era una cualidad sobrevalorada, siempre hay algo más para desear, como dice el proverbio chino “ten cuidado con lo que deseas” o, parafraseando a Oscar Wilde, hay dos desgracias en la vida, no lograr lo que deseas o lograrlo rápidamente.
La película como producto terminado es abrumadora, descomunal en todos y para todos los sentidos, sostenida por la excelente interpretación de DiCaprio, muy bien secundado por grandes actores, lastima que algunos personajes desaparecen sin justificación, tal el caso de Mark Hanna (Matthew McConaughey), u otros que terminan pasando desapercibidos por la catarata de situaciones y personajes que presenta el texto, como Jean Jacques Saurel (Jean Dujardin), terminando por aquellos que se presentan como sostén permanente del protagonista, Max Belfort (Rob Reiner) o Donnie Azoff (Jonah Hill).
Estructurado como un falso gran flash Back, con avances y retornos sobre la historia, con un montaje a velocidad plena, pero que frena a tiempo, y por momentos para darle respiro al relato y a los espectadores, no es lo mejor de este realizador consagrado. Sus 180 minutos de duración parecen excesivos por la previsibilidad del relato, situación que se instala en los primeros minutos, cuando se utiliza de manera desmedida al protagonista contando su propia historia a cámara, sino aburre es por la maestría de Scorsese para narrar e instalar trampolines entre una situación y otra en las vivencias del personaje.