Hace unos días me puse a revisar películas que en su momento se me pasaron de largo y caí en Margin Call, la ópera prima de J.C. Chandor que le valió una nominación a Mejor Guión Original por su sugerente y habilidosa historia sobre la codicia que genera Wall Street. Días después, y por pura coincidencia, Martin Scorsese aparece cual caballo desbocado con su contracara de ese mismo fenómeno en The Wolf of Wall Street, una explosiva comedia que golpea sin miramientos al culto al dinero del cual el país del Norte no puede separarse.
No se es capaz de demostrar el exceso sin volverse excesivo y es por eso que Scorsese se ensucia las manos y, durante tres violentas y divertidas horas, vemos el ascenso de un criminal como lo es Jordan Belfort, en la piel de un maravilloso y casi irreconocible Leonardo DiCaprio. Digo irreconocible no por su apariencia física, sino porque nunca se vio al actor sumergirse de lleno en un personaje tan carismático y furibundo, con una potencia inigualable que hacen de su aproximación al Jordan Belfort de carne y hueso -quien hace un pequeño cameo al final del film- uno de los personajes más destacados de los últimos tiempos. Sólo piensen en un fiestero empedernido como el Jay Gatsby de hace unos meses, pero adicto a cualquier droga posible, y multiplicado por sus intensos sentimientos de avaricia.
Más, más y más, eso es lo que grita la historia y eso es lo que el espectador obtendrá. En The Wolf of Wall Street, ya la trama pasa poco tiempo por los comienzos del personaje de DiCaprio, y hasta su lanzamiento a la fama no es nada comparado con las vicisitudes que conllevarán crear la compañía Stratton Oakmont, donde tendrá lugar la mayor parte del descontrol. De por medio, Scorsese se despacha con las escenas más turbulentas y cargadas de iconicidad que encontrarán en la pantalla grande durante mucho tiempo. Grandes productoras como Warner Bros. no pudieron contra semejante demostración bacanal, así que todo lo que se puede apreciar en la película completa se lo debemos a Red Granite Pictures. Incluso con el comentado corte que se le tuvo que instigar a la película para que finalmente tenga una calificación apropiada, desde luego que el resultado final dejará a más de uno con la boca abierta.
Ayudado por el rutilante guión de Terence Winter, el foco narrativo parece no acabarse nunca, encontrando de una escena a otra diferentes niveles de depravación que convierten a Belfort y sus seguidores en meros universitarios pasados de edad, adictos a la cocaína y cualquier otra droga a su alcance, intentando siempre hacer más dinero del que pueden gastar. Que resta decir de Martin, un director de 71 que con su última película acaba de desmostrar que tiene el ímpetu jocoso y desvergonzado que un chico de 25 años. Lejos de crear una consciencia moral, Scorsese se ríe de los ejecutivos de Wall Street en esta fábula ridícula sobre los excesos. Incluso uno de los momentos álgidos del film, en donde una sobredosis de pastillas crea un efecto alucinógeno en el protagonista, debería causar estupor y horror en la platea, pero en cambio el timing preciso del director no permite más que carcajear ante tamaña demostración de ineptitud y temeridad.
No sólo es el show de DiCaprio, alcanzando alturas inimaginables en su carrera, sino que también el director logró exprimirle el jugo a un comediante nato como lo es Jonah Hill y exponerlo a un sinfín de situaciones como la mano derecha de Belfort, en un papel totalmente diferente a lo que demuestra por costumbre el joven actor y por el cual debería obtener una nominación al Oscar y no por el fiasco que logró en Moneyball. La percepción de Hill cambiará para muchos después de ver a su desternillante Donnie Azoff. Además de la dupla protagónica, el elenco es feroz como cualquier película de Scorsese que se precie y Matthew McConaughey se pasea con unas pequeñas pero importantes escenas al comienzo, mientras que la poco conocida Margot Robbie arrasa la pantalla con su belleza despampanante y una escena infartante con la teddy-cam para el recuerdo. Mención especial se llevan en pequeños pero significantes papeles Kyle Chandler como un agente del FBI asignado a seguirle la pista a Belfort, y Jean Dujardin, como un banquero suizo cuyas actividades no son del todo legales.
Es imposible no sentirse rodeado de la desmesurada vida de fiesta que presenta Martin Scorsese en The Wolf of Wall Street. Armado de una acelerada edición y una banda de sonido, el Tío Martin está en el pináculo de la vida, y nos ofrece a los pobres mortales un vistazo al paraíso. Pero, ¿estamos seguros de que es el paraíso deseado?