Exhausto, decepcionado, conmocionado, alborozado, frustrado, acelerado o simplemente con el trasero adormecido, son algunas de las sensaciones que uno puede experimental al salir de la sala de cine luego de ver El lobo de Wall Street. Y "exceso" es sin dudas la palabra que mejor describe a la nueva colaboración entre Leonardo DiCaprio y Martin Scorsese, esa dupla que en los últimos 10 años sido sinónimo de éxito tanto en crítica como en taquilla.
La historia sigue los pasos de Jordan Belfort en su ascenso y caída, de sus conquistas arrolladoras y por supuesto del inevitable final repleto de impotencia e imposible redención. Decir que se trata de una biopic (basada en una autobiografía) es una manera de atribuirle a una única persona las andanzas que son comunes a una buena parte de los corredores de bolsa de Wall Street. Difícilmente Jordan Belfort haya sido el único que pueda decir que por un largo periodo de su vida vivió a base de estupefacientes, sexo y lanzamiento de enanos.
Scorsese y su editora multipremiada Thelma Schoonmaker (ganadora del Oscar por el montaje de Toro Salvaje, El aviador y Los infiltrados) demuestran un dominio absoluto del lenguaje y el ritmo audiovisual que debe llevar una película. Quizás una de las curiosidades más grandes del film sea que pese al reproche de que el metraje se extiende a 3 horas, la historia está contada de manera tal que se siente refinada y fresca. En ningún momento el espectador querrá abandonar la sala más que por la urgencia de querer ir al baño o humedecer su garganta con alguna bebida. Y dicho esto más peculiar aun resulta leer que la compañía apuró al director a que terminara su película (sobre una duración que originalmente podía extenderse hasta a 4 horas) para poderla hacer competir en los Oscars y en menor medida en los Globos de Oro. Al mejor estilo Casino y Buenos Muchachos, la película avanza con la clásica narración en off del protagonista que cuenta en primera persona cómo se hizo en el mentiroso y vil mundo de las acciones. Pero a decir verdad, de a ratos pareciera que Jordan está contando la misma anécdota y dando el mismo discurso motivacional para sus empleados que ya dio minutos (u horas) atrás. Y allí yace la contradicción y el desequilibrio de su obra, ya que cada desvarío o repetición está contado con un ingenio y un atractivo formidable que mantiene en vilo al espectador.
No es que Scorsese haya vuelto, sino que nunca se había ido. Simplemente con Hugo había decidido tomar otra camino distinto al habitual, y esperemos que no sea la última vez ya que fue definitivamente una de las obras más memorables de su extensa filmografía. Y quizás con El lobo de Wall Street no logre el mismo reconocimiento (el tiempo lo dirá), pero indudablemente se trata de otro paso firme en la carrera de un director que parece negarse a envejecer.