El Lobo del Wall Street, devorado por sus excesos
Dinero, drogas, sexo y rockandroll es en demasía la premisa de esta película, que nos introduce al mundo de las finanzas a través de los comienzos en el negocio de Jordan “The Wolf” Belfort (Leonardo DiCaprio), un joven veinteañero que a finales de los ochenta entiende que parte del éxito se debe a ser capaz de crear una necesidad para poder vender.
Así como el sistema capitalista instaló la necesidad de siempre querer más, Belfort se vio cegado por lo rápido que la gente compraba sus bonos fraudulentos, convirtiéndolo en asquerosamente rico y dándole la posibilidad de construir una empresa que trabajara desde Wall Street. Y como su mentor Mark Hanna, con voz de Matthew “ahora SEÑOR ACTOR” McConaughey (breve aparición que vale cada minuto) le dijo, el nombre de este juego es “mover el dinero del bolsillo del cliente a nuestro bolsillo” y en el mundo de Wall Street no se sobrevive sin cocaína, ni sexo. Y Belfort siguió el consejo al pie de la letra y le encantó.
Si hay algo que Martin Scorsese ama (y por lo que peca en este caso) es, por un lado enamorarse de sus personajes, y por el otro, enamorarse lo suficiente como para retratar antihéroes sin moral que no le permiten a uno juzgar a sus personajes. O al menos no deberíamos, porque para disfrutar del cine en cualquier caso, los prejuicios deberían quedar del otro lado de la puerta. Pero con Martin todo es más fácil. El director siempre encuentra una historia que le permita crear la necesidad querer ser parte del mundo en el que se desarrollan sus películas con todo lo que conlleva: consecuencias y placeres pocos culposos; ya sea dentro de las mafias italianas o del mundo de Wall Street, nos empecinamos por alentar al antihéroe, sin siquiera cuestionar sus acciones al menos una vez, durante todo el metraje.
El Lobo de Wall Street es literalmente un shock de adrenalina y otras sustancias, con mucho rockandroll (el sountrack completo incluye 60 canciones y reune a Billy Joel, The Lemonheads, Foo Fighters y Cypress Hill) y sexo (suplantando la violencia a la que nos tiene acostumbrados Martin) en el que somos compañeros de Belfort por unas tres horas, durante el ascenso, el apogeo y la caída de su negocio financiero. Exactamente, a la hora y 36 minutos ya se vivió todo lo que una estrella del rock podría vivir. Miras el reloj y pensas: voy por la mitad y todavía hay más? Quiero más? Voy a sobrevivir?… Preguntas que Belfort nunca se hace, porque nunca acepta un no como respuesta y siempre quiere más. Para esa altura, los negocios de Belfort han llamado demasiado la atención y el FBI (Kyle Chandler) le pisa los talones. El Lobo de Wall Street en lugar de calmarse, le excita provocar al gobierno y gritar, no literalmente, a los cuatro vientos “say hello to my little friend” al estilo de Tony Montana en Scarface, mientras tira billetes de Franklin por el aire. Así de impertinente e incorrecto son Belfort y Scorsese.
En esta quinta película con Scorsese, Leonardo DiCaprio con mucho estilo del egocéntrico Gatsby, en combinación con muchos otros personajes que ha interpretado en su carrera, pragmáticos y cínicos sobretodo, pero nada que resulte nuevo, va plantando la semilla del poder y el placer en quienes se acercan a él, mientras expande su negocio. Tanto Beldfort como DiCaprio sacan a relucir lo mejor de grandes losers como su compañero Donnie Azoff (Jonah Hill), capaz de robar muchas escenas con tan solo balbucear, o lograr escenas físicas, tragicómicas, épicas (hay una que involucra a DiCaprio, ambos en estado paralítico por el efecto retardado de la droga, que es suprema), que hacen pensar en cuán lejos ha llegado Jonah.
Reiteradas veces, desde el comienzo hasta su final, lo tragicómico nos hace preguntar si es El Lobo de Wall Street una película de Scorsese. Si hay algo casi ausente en la extensa filmografía de Martin, era la comedia, que en este caso nos hará llorar de la risa. Mediante esta herramienta el director, quien ama tanto a lo incorrecto como a las ratas, nos libera de la presión que genera el protagonista, a quien usa para demostrar que ningún lobo ha pagado ni pagará lo suficiente por el mal hecho, sin que el gobierno le permita retroalimentar los defectos de su sistema.
Entonces, si Jordan Belfort ni una sola vez se sintió culpable por sus estafas y su vida, por qué Martin debería hacerlo al retratarlo? Por qué nosotros deberíamos sentirnos culpables de disfrutas las hazañas de ambos? Si después de todo somos víctimas o victimarios de un sistema que nos explota creando necesidades, y siendo honestos, hasta el más puritano, amaría poder disfrutar un poquito de la vida de Jordan Belfort.