El relato y la realidad
La política estatal y la honestidad son dos caminos que jamás se cruzan y mucho más cuando se trata del ejercicio cotidiano del poder en el que cualquier ministro, por más rango que posea, es un burócrata en el mejor de los casos o sencillamente un títere acomodaticio manejado en las sombras por algún grupo de interés o por sus propios jefes.
Todo forma parte del mismo juego, el de la retórica y la imagen que hacen del marketing político lo único que importa cuando la vida o la realidad están tan lejos de ese tablero como aquellas piezas de un ajedrez, arrumbado entre la basura.
El ministro, del director Pierre Schoeller, con producción de los hermanos Dardenne, es un crudo retrato del mundillo de la política a partir del punto de vista de un ministro de Transporte, interpretado correctamente por Olivier Gourmet, quien domina a la perfección la cintura política, maneja al dedillo los discursos y no se inmuta ante los daños colaterales de su gestión, siempre que eso implique un sacrificio ajeno o un cambio de principios propios para no perder espacio dentro de la estructura del Estado.
El tono elegido por el director mezcla por un lado la ironía y el despojo de todo acto de piedad frente a sus criaturas de sangre fría, igual que los cocodrilos que aparecen en una de las escenas oníricas del comienzo, recurso estilístico y narrativo solamente utilizado también en el desenlace.
Con un ritmo sostenido en base al frenético derrotero de este funcionario del Estado que luego de verse afectado por una tragedia en la ruta donde pierden la vida trece niños y en el que la imagen del gobierno comienza a caer en la opinión pública y la fuerte presión de la oposición aprovecha el momento de debilidad para instaurar proyectos privatizadores, el film desnuda en primera medida los resortes de la coyuntura política en los despachos ministeriales, en las reuniones donde se compran y venden voluntades y lo hace con inteligencia y precisión.
La virtud consiste en haber encontrado un enfoque que no se reduce exclusivamente a la realidad francesa, sino que trasciende las fronteras y es aplicable a cualquier escenario donde el distanciamiento entre los gobernantes y los gobernados es tan evidente como el reflejo de que las palabras no son lo mismo que los hechos y las acciones pero las consecuencias por las decisiones tomadas siguen siendo más importantes que las causas, mientras en el tablero de la política se arrojan los dados que ya están marcados.