Una verdadera "locura" artística sobre la obra de Brueghel que premia el esfuerzo del espectador
¿Se puede hacer una gran película a partir de un cuadro? La respuesta -positiva- se encuentra viendo El molino y la cruz , film del polaco Lech Majewski inspirado en Camino al calvario , obra que en 1564 pintó el holandés Pieter Brueghel.
En verdad, El molino y la cruz aspira a ser (y en muchos sentidos es) bastante más que una película. Es una experiencia -audaz, bella, subyugante, ambiciosa, exigente, extrema- que articula elementos y recursos propios del cine, pero también de la fotografía, la plástica, la literatura y el teatro.
En otras manos, esta ambiciosa propuesta podría haber caído en el ridículo, pero Majewski es un reconocido director, compositor de ópera, poeta, artista y fotógrafo que invirtió casi cinco años y sus múltiples conocimientos (aparece en casi todos los rubros principales) para concretar esta épica, esta verdadera "locura" artística, que remite a proezas de directores como Werner Herzog.
La pintura muestra la pasión de Cristo, pero ambientada durante la sangrienta ocupación española de Flandes, a mediados del siglo XVI. De las cientos de figuras que aparecen en el cuadro, Majewski elige una docena, que se transforman en personajes del film, junto al propio Brueghel (interpretado por Rutger Hauer), su amigo y coleccionista de arte Nicholas Jonghelinck (Michael York) y la Virgen María (Charlotte Rampling), aunque el cineasta apuesta por una narración coral para elaborar sobre todo el contexto sociocultural y político de ese tiempo y ese lugar.
Casi no hay diálogos en la hora y media de El molino y la cruz . No son necesarios. La elocuencia y la potencia visual de la película son suficientes para atrapar y fascinar al espectador, que deberá abrir todos sus sentidos, dejar aflorar su sensibilidad y dejarse llevar para así disfrutar de cada uno de los virtuosos y creativos planos que Majewski regala durante una hora y media.