Placer para los sentidos
El molino y la cruz (The mill and the cross, 2011) es una verdadera obra de arte. No sólo tiene la particularidad de deleitar la mirada sino también pone en crisis la forma de contemplar una obra de arte, en este caso, la pintura. La obra es el fresco Cristo cargando la cruz de Bruegel, y el director Lech Majewski la utiliza de disparador de las múltiples historias que se tejen en su interior.
El relato se sitúa en el año 1564 cuando el pintor flamenco Pieter Bruegel (Rutger Hauer) se encuentra retratando la “pasión de cristo” durante la cruenta ocupación española en Flandes. Como una telaraña de múltiples significados, el director Lech Majewski irá desentramando las historias colaterales que esconden el cuadro y su génesis.
El molino y la cruz es una obra sencillamente alucinante. Desde la concepción visual del film, estamos viendo un fresco de mediados del 1500. ¿Cómo se logra? Es inexplicable poner en palabras el trabajo de cuatro años de diseño artesanal de los decorados, sus colores, su textura. Es inevitable ver como la pintura de Bruegel cobra vida en el film. Sus personajes, sus conflictos y su geométrica estructura interna, marcan el recorrido de lectura del cuadro en la película.
Con un trabajo excepcional, Majewski se permite jugar con la figura del artista, poniendo así en crisis la contemplación del arte en todas sus dimensiones. Como espectadores estamos viendo el cuadro de Bruegel pero también lo vemos al mismo Bruegel, presente en el espacio del film, pensando, construyendo simétricamente su monumental obra. Su observación de la tela de araña –con la araña en el centro- será clave para esbozar la compleja arquitectura de su pintura. Y él, como la araña misma, irá tejiendo sus lazos.
Lo que aún más vislumbra del film, es ver a Majewski, artista hablando del artista, mostrando al pintor tejiendo su obra, estando el propio Majewski detrás de la otra obra llamada El molino y la cruz, tejiendo sus propios lazos y códigos de lectura en el film, imponiendo un modo de ver, de contemplar el arte.
Pero lo mejor de la película es el juego entre pintura y cine que realiza. En un mismo plano, podemos ver a los actores interpretando sus roles sobre un fondo visualmente pintado pero en movimiento. En un primer plano la acción, en un segundo la pintura de contexto. Una pintura viva que entra y sale constantemente del plano de la acción. Se recuesta sobre el fondo pero invade la pantalla incluso llega a traspasarla continuamente.
Un juego exquisito, visualmente atrapante e intelectualmente extraordinario. En definitiva, una obra de arte en todos los sentidos.