Los sentidos de la representación
El director polaco Lech Majewski se propuso recrear el proceso creativo del paisajista holandés Pieter Brueghel con su famosa obra El camino al calvario, realizada a mediados del siglo XVI, cuando estalló una rebelión en los Países Bajos.
A mediado del siglo XVI estalló en los Países Bajos una rebelión que tenía como objetivo la independencia de la corona española. El proceso de liberación duró 80 años, hasta que finalmente el territorio que hoy comprende Bélgica y Luxemburgo se constituyó en un estado soberano. El contexto histórico es vital para comprender El molino y la cruz, que se asienta por completo en la famosa pintura El camino al calvario, del paisajista holandés Pieter Brueghel, que retrata la vida de los campesinos pero también incluye la denuncia de la cruenta ocupación de Flandes del imperio español a través de una lectura posible del Vía Crucis. La película del polaco Lech Majewski entonces tiene la ambición casi imposible de recrear el proceso creativo del artista al momento de encarar la concreción de la obra y en un juego de espejos donde el óleo tiene que superar la representación del cine, el director complejiza aun más el relato al combinar la pintura, los paisajes que inspiraron a Brueghel, a los actores que representan a los personajes incluidos en El camino al calvario y la dramaturgia que da cuenta del momento histórico. La magnitud del proyecto es apabullante, en el sentido que cada uno de los objetivos planteados por el realizador se cumplen con un rigor absoluto.
La radicalidad de la propuesta, que apela al impacto sensorial –con algún punto de contacto con la hazaña de Sokurov en El arca rusa, que lograba el mismo efecto hipnótico–, también se asienta en la extraordinaria interpretación de Hauger como Brueghel y Rampling como la virgen María.
El fuerte contenido religioso de la obra original se traslada a la pantalla a través de la hipótesis sobre la génesis de la pintura, tomando como base el centro de una tela de araña donde se ubica el tormento de Cristo y el pueblo alrededor –una estructura que se replica en la puesta del film–, observado por el encargado del molino, Dios, en definitiva, que desde el punto más alto de la aldea observa la vida que se desarrolla abajo junto a la creciente crueldad de los hombres.
La propuesta es fascinante porque en cada toma y escena se plantea el problema de la representación, del exceso de trasladar la rugosidad, la intensidad, el mensaje de la obra de un artista interpelada cinco siglos después por otro, tan desmesurado y genial como su antecesor.