Cuando la presentó en la función de apertura del 27° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (acompañado de parte de su equipo), Javier Rebollo pidió al público que “no la tomen demasiado en serio; tampoco nosotros nos tomamos muy en serio la película mientras la hicimos”. Es que esta recorrida de Santos, un asesino enfermo (José Sacristán), por distintos puntos de la Argentina, deslizando comentarios perspicaces sobre la siesta de los santiagueños, el color del río Paraná u otras cuestiones más delicadas, podía no ser comprendida por los expectantes espectadores, sumado al hecho de que se trata (como las películas anteriores de este director) de una obra imprevisible, a veces ácida, ocasionalmente graciosa.