José Sacristán emprende travesía repleta de clichés
Tardío estreno de una road-movie hispano-franco-argentina dedicada a la Cinemateca Uruguaya y protagonizada por el veterano José Sacristán en rol de killer achacoso, tumoroso, que huye desde el Hospital de Clínicas donde está internado, hasta los límites con Bolivia, donde quizá logre enfrentar la muerte con algún decoro. ¿O será que ni siquiera pueda cumplir un último encargo, y su única víctima sea un perro que se cruza en el camino de su también achacoso Ford Falcon? Lo acompaña una mujer que ocasionalmente le hace de guía, conductora, y buscadora de calmantes. Sólo dopado funciona ya el pobre hombre.
La obra tiene ya dos años, pasó por varios festivales y justificó un par de premios para Sacristán. En Mar del Plata la presentó su propio director, Javier Rebollo, excusándose un poco: "Me da vergüenza presentarla entre ustedes, porque soy un español mirando a la Argentina con insolencia, pero adviertan que también con ternura". Más que ternura, se percibe una mirada medio sobradora, con frases comunes tipo "los santiagueños tienen relación con la muerte y con la hora de la siesta" y cosas parecidas.
Pero ni eso, ni el viaje por lugares muy poco turísticos, ni la cantidad de perros flacos o de personajes medianamente curiosos llegan a ser demasiado molestos. Lo que realmente molesta, y en grado sumo, es el uso abusivo de la narración en off a cargo de dos personas (el director y su habitual coguionista), anticipando lo que los personajes harán o dirán a continuación, contradiciendo lo que vemos, o informando cualquier cosa, a veces para mitificar un poco al infeliz con algún pasado novelesco, y siempre para agotar creyéndose vivos un recurso que Alain Robbe-Grillet ya había empleado con mayor discreción y sentido del humor en "El hombre que miente", de 1968. Y es cierto, éstos agotan el recurso, y también la paciencia de muchos espectadores.
A algunos puede gustarle. Rebollo es autor de dos películas muy apreciadas entre los snobs ("Lo que sé de Lola" y "La mujer sin piano"), y cabe reconocer que algunas cosas le salen bien. Por ejemplo, algunas contradicciones juguetonas, la propuesta de dos finales, la inserción de unas chacareras, el desafío de un mozo malambista, o el entusiasta huayno que acompaña el último tramo: "Cien muertos y sin culpa, cien fernets y sin resaca". Deplorable, en cambio, la canción de los créditos.
En el reparto, los orientales Roxana Blanco y Jorge Jellinek, este último como figura misteriosa, acechante y graciosa, y los locales Valeria Alonso, Pascual Condito, Horacio Maldonado, Cristian José Jiménez, Juan Carlos Díaz, Carlos Lecuona y Vicky Peña. Hechas las advertencias, más o menos se pasa el rato.