Una imagen vale más que mil placas negras
Hay un cine que les encanta a ciertos profesores de historia. Se me ocurre que en la enumeración de datos y figuras, de acontecimientos y especulaciones, El mural sería ideal si no fuera por las escenas de alto contenido erótico que se suceden en algunos casos, aunque resulte prácticamente inofensivo para jóvenes que pasen aunque sea una o dos horas ante el televisor en el prime time. Pero la escuela es la escuela, y se me ocurre que siempre hay un velo de moral absurdo que confronta cierta visión pedagógica con padres, valores, visiones anacrónicas… en fin. Pero en este caso es una buena obra para confrontarla, para debatirla en un aula y para dar un contexto sobre lo que entiendo es el punto más flojo de la película. La asimilación y subrayado de datos reales sobre personajes que representan personas que en el film aparecen caricaturizadas y, en algunos casos, castigadas con muy poca sutileza. Particularmente se me ocurre como una tergiversación para comprender a, por ejemplo, Natalio Botana. Luego es un ejercicio cinematográfico por momentos lúcido por su síntesis dramática y por otros es derivativo y arbitrario en el guión, sin demasiados alicientes estéticos que destacar, salvo una reconstrucción de época formidable y algunas actuaciones (eso sí, bien dirigidas) que se abren del texto y dominan escenas casi herméticas.
Pero, para ser claro, lo que van a ver es a un director clásico, en la línea de cierto clasicismo que calcula la puesta en escena desde un guión que apenas deja el desplazamiento de la cámara, y prolonga desde el encuadre fugas pictóricas que en algunos casos son un detalle significativo y en otros es de un estatismo alarmante que afecta el punto de vista. Los diálogos son medidos, con un timing teatral que por momentos suena artificioso y del cual sólo pueden escapar algunos actores que tienen el talento para hacerlo: Bruno Bichir, Luis Machín o Ana Celentano lo logran con solvencia. Es notable ver cómo algunas líneas se suceden sin naturalidad alguna, enumeradas, en momentos como una reunión familiar donde se pretende, precisamente, marcar cierta cotidianeidad. Desde el registro de una cámara fija se logran momentos expresivos que son de una síntesis loable, en particular merece destacarse la secuencia del funeral de Carlos Botana (Camilo Cuello Vitale), pero este registro también tiene su contraparte en las secuencias que exigen un mayor dinamismo. Específicamente, resultan toscas en el montaje las secuencias de enfrentamientos entre militantes y fuerzas represivas, además del suicidio de Carlos Botana, entre otras.
Pero hablamos de caricaturas por la uniformidad y la superficialidad con la que están construidos algunos personajes para, inevitablemente, marcar el punto de vista del director sobre las cuestiones que se van presentando en el film. El personaje de Blanca Luz Brum (Carla Peterson) aparece rematado en el final por placas negras y datos que ponen en evidencia lo que la película ya nos había dicho de alguna manera, manipulando al espectador a que resulte completamente antipático, sin ambigüedades ni segundos puntos de vista. Brum es eso, un personaje destructivo, al igual que Natalio Botana (Luis Machín), que gracias a la interpretación de uno de los mejores actores del cine nacional puede presentarse más ambiguo y, dicho sea de paso, humano. Llamativamente es el personaje de Machín el que por momentos manda a un segundo plano al de Bichir, que es el mismo Siqueiros, además de protagonista del film ¿Por qué pasa esto? Sencillamente porque Siqueiros también se nos presenta como un personaje previsible, que por momentos actúa de manera arbitraria, sin un desarrollo verosímil. Pero a pesar de estar unos pasos por detrás de Machín, Bichir también se encarga de que su personaje adquiera una complejidad que no parte del relato precisamente, ya que por momentos aparece aislado entre secuencias sin un desarrollo dramático demasiado creíble (particularmente, lo de la prisión). En fin, lo que quiero decir es que con otros actores esta película hubiera sido mucho más mediocre.
Alejándome un poco de los personajes se puede hablar del relato, y hay algunas subtramas que confirman el maltrato sobre el personaje de Blanca Luz, pienso en particular en la relación entre Salvadora (Celentano, actriz que también gana un espacio considerable gracias a su trabajo actoral) y Saravia (Juan Palomino) -que es un personaje que inmediatamente después se esfuma de la película- ya que esto sirve como catalizador para el suicidio del hijo de Botana. Es decir, casi como si se tratara de un hilo uno puede ver que la infidelidad por Natalio Botana con Blanca Luz lleva a la desconfianza de Salvadora, quien a su vez se involucra con el tal Saravia, que afecta de modo determinante a Carlos tras recibir la revelación de esa relación en la cara. Carlos se suicida luego de otra nueva revelación, fin de la historia. En el medio el personaje de Saravia fue usado de manera forzada y desaparece de la película, además de que se victimiza a Salvadora y se condena a Blanca Luz. Parece una tragedia, pero algunas cuestiones lineales la hacen parecer más cercana a una telenovela.
En definitiva, El mural se balancea entre la mediocridad y algunos momentos logrados, además de actuaciones que demuestran el talento de figuras que tiene un porvenir más que promisorio. Pero en conclusión, encuentro que en esta película, al igual que en la mayoría de las de Olivera, es imposible no ver a los personajes como móviles para decir otra cosa que en algún momento se torna demasiado evidente. Para sublimar cierta visión política al drama de los personajes en pantalla. Si a esto sumamos un epílogo explicativo con placas negras e información, caeremos en cuenta de que el director quiere hablar de personas antes que de personajes, aunque tal cosa sea imposible a pesar del intento de profesores de historia por incluir películas como La Patagonia rebelde en su programa, sin que haya un debate cinematográfico sobre la misma. Mis saludos a mi profesor de historia de segundo año polimodal por haberlo intentado de manera infructuosa, sin el debate correspondiente (sin rencores).