La obra artística de Siqueiros y la trascendencia política e histórica de algunos personajes merecían una película mejor.
Natalio Botana fue un protagonista esencial de la tercera década del siglo XX en Argentina. Creador del diario “Crítica”, fundó con su publicación, la era moderna de los medios masivos de comunicación. Fue un actor político de tal trascendencia, que se considera esencial la influencia de “Crítica” en el golpe del 6 de septiembre de 1930. Amigo del presidente Justo y mentor de muchos actores políticos y culturales, aun lejanos a cualquier conservadurismo, fue un profundo antifascista.
Salvadora Medina Onrubia, su esposa, fue una escritora, periodista, militante de causas como el feminismo y el anarquismo. Ella tuvo una actuación central en la causa por la liberación de Simón Radowitzky, el matador de Ramón Falcón.
David Alfaro Siqueiros fue uno de los más importantes miembros del movimiento muralista en México a principios del siglo XX. Luchador político, militante comunista, Siqueiros peleó en la revolución mexicana, activó el pensamiento político constantemente con su obra, se sumó a los luchadores en la guerra civil en España, intentó matar a Trotsky, estuvo preso, y salió de la cárcel muchas veces. Sus ideas sobre la política y el arte, se amalgaman con un importante ideario internacional, donde se pueden encontrar a Picasso, Breton, Neruda, Eisenstein, García Lorca, entre muchos otros. Su obra ha sido profundamente coherente con tal conjunto de ideas. Tal vez el mural al que refiere la película, “Ejercicio plástico”, sea una obra alejada de ese conjunto estético político.
Blanca Luz Brum, periodista y poetisa uruguaya, viuda desde los 20 años, recorrió América Latina, escribiendo en periódicos encendidos artículos políticos. Conoció a Siqueiros con quien se casó, en tiempos en los que México hervía políticamente. En oportunidad del viaje de Siqueiros a Buenos Aires, Blanca se relaciona amorosamente con Botana, mientras aquel, pinta el famoso mural.
El mural, la película de Hector Olivera, reconstruye el momento en que Siqueiros llegó a nuestro país y, frustrado un proyecto muralista al aire libre, aceptó realizar este trabajo, en el sótano de su quinta en Don Torcuato. Enmarcándolo en el tiempo de su realización, Olivera cuenta de las pasiones, los intereses, las luchas, los intereses y los conflictos personales de cada uno de estos personajes. En medio de estas situaciones, contadas de un modo extremadamente esquemático, se cruzan Pablo Neruda (pobre representación del poeta chileno), Spilimbergo, Berni y Castagnino, entre otros.
Olivera reafirmó, en entrevistas públicas, su condición de cineasta ortodoxo. Esa es una elección estética válida como cualquier otra. Pero la ortodoxia o el clasicismo, no necesariamente implican que la puesta en escena este asentada sobre los recursos de producción, como los decorados o el vestuario, más que sobre el tratamiento de los personajes y los diálogos. La liviandad con que Olivera construyó los personajes es notable. Personajes conflictivos, contradictorios, potentes, irreverentes, queda sumidos a simples esquemas. El poderoso impune, la arribista, el seductor inútil, el borrachín inconformista, la alterada, podrían ser un conjunto de títulos para encasillar a cada uno de los protagonistas de la historia. De este mismo modo, consecuentemente, se desarrollan los diálogos en la película.
A esto pueden sumarse problemas en la construcción de la organización visual. La película muestra todo, y lo hace de un modo poco atractivo. El montaje tiene fallas evidentes, y la organización del espacio carece de todo interés. El realizador decide hacer visibles en cada plano los recursos económicos destinados a la producción de época. En una trama donde lo oculto, lo íntimo, los secretos personales, son esenciales, Olivera abandona todo manejo de las herramientas de ocultamiento de las que dispone el cine, para dar rienda suelta a una elocuencia que desnuda todo aquello que podría ocultarse. Las actuaciones se pierden en un estilo casi recitado de frases célebres a cada paso, lo que desluce aun más la realización.
Podríamos analizar, para incluir también entre las deudas de la película, el modo en que los guionistas construyeron los personajes femeninos. Salvadora Medina Onrubia, sobre todo, parece una mujer cuyas elecciones carecen de tino revolucionario para su tiempo, a favor de un dudoso equilibrio mental. Y la sensual Brum, una sexy arribista, que ni poeta, ni periodista, ni política.
“Ejercicio plástico” mural recientemente repuesto en el paseo de la Aduana Taylor, merecía una película más acorde con sus méritos y su historia. Esta ha sido solamente una oportunidad perdida.