El pasado muy próximo
La historia argentina encierra innumerables películas. Bien lo sabe Héctor Olivera, quien ha dedicado varios opus de su filmografía a evocar y recrear episodios memorables: La Patagonia rebelde, La noche de los lápices, y otras más. Y la historia del mural que pintó David Alfaro Siqueiros en la quinta de Natalio Botana, con la trama de relaciones que se tejió en torno a él, bien merecía su largometraje.
La nueva creación de Olivera se anunciaba como una superproducción histórica, con un amplio elenco estelar y, después de la fallida Ay, Juancito como pintura del peronismo, estábamos un poco atemorizados. Una prevención que el crítico debería ignorar, pero que a veces se impone. Hay que hacerle justicia: este último film trae una excelente reconstrucción de una época muy polémica, cuando el fascismo se hacía fuerte en la Argentina y las Fuerzas Armadas y la oligarquía trabajaban mancomunadas en la construcción de un país ignorante de la democracia. A estas tierras llega en 1933 el marxista Siqueiros, ya famoso como uno de los muralistas mexicanos que, con Gabriel Orozco y Diego Rivera, pusieron su arte al servicio de las causas sociales. Mal podía ser recibido en esa sociedad, donde lo más progresista eran la ideas feministas que Victoria Ocampo proclamaba en su quinta de San Isidro ante señoras paquetas en pro de reeducar al varón.
La recreación de época es uno de los puntos más altos del film. Olivera nace en esa década; por su edad y por sus relaciones sociales y profesionales, bien puede haber conocido directa o indirectamente historias de esos personajes, y su versión de los hechos resulta muy ajustada y respetuosa. Los escenarios también fueron recreados sabiamente: la redacción del diario Crítica en estudios y para la ambientación de la quinta Los Granados de Don Torcuato -hoy demolida- eligió una estancia bellísima localizada cerca de Azul, que comparte con aquella el estilo español mudéjar y da un marco apropiado para ambientar la vida de fasto de uno de los personajes más poderosos del país en su momento. “Los presidentes pasan y nosotros quedamos”, dice Botana a su hijo en un retrato muy gráfico -y muy actual- del lugar de los medios en la sociedad. Hay algunas licencias -cuesta creerse el desfile con fotos de Hitler y Mussolini y banderas nazis- concebidas con un fin didáctico, para mostrar las ideologías imperantes.
El otro logro es el de las actuaciones, muchas de ellas excelentes: Luis Machín interpreta con notable naturalidad a Botana en toda su omnipotencia, y Bruno Bichir es un vívido Siqueiros, que vibra con sus ideas. El muy joven Camilo Cuello Vitale sale airoso en un difícil papel como el hijo mayor y heredero del imperio, y Ana Celentano está impecable, como siempre, en el personaje tan dramático de Salvadora Medina Onrubia, la mujer del magnate.
En cambio, no resulta acertada la construcción de los personajes y la manera de plantear las situaciones, y esto debilita el film. Si bien estos elementos son fieles, resultan demasiado estructurados, demasiado esquemáticos, tanto que bordean la caricatura. Por supuesto, debió hacerse un recorte de los hechos, y éste no siempre resulta acertado. Los personajes no tienen matices: la musa Blanca Luz Brum sólo está para seducir a cuanto hombre poderoso se le presente, sea Botana o Pablo Neruda, incluso su obra poética está banalizada, y Carla Peterson no aporta otras facetas al personaje. El retrato de Salvadora es lamentablemente pobre, presentada como una loca apasionada y drogadicta, sin considerar sus talentos: el importante papel que cumplió ella también en el diario Crítica, su tarea como activa feminista, o su obra literaria.
En la larga lista de personajes aparecen también los ayudantes del pintor: unos jóvenes Castagnino, Berni y Spilimbergo, quienes no llegan a decir una palabra. Muy declamatoria, con frases altisonantes, la película cae en el vicio del cine argentino de verbalizar lo que ya está dicho en la imagen. Las contradicciones propias del momento también son gruesas: Salvadora acude a la manifestación obrera en su Rolls Royce con chofer, y allí salva por igual a anarquistas y policías... para incorporarlos a su servidumbre. Las escenas de sexo, por otro lado, parecen subrayar el aspecto salvaje que subyace bajo la pátina de elegancia.
En el BAFICI 2006, el jurado de la FIPRESCI -que me tocó integrar- dio su premio a Los próximos pasados, documental de Lorena Muñoz que investigaba el destino que había corrido el mural de Siqueiros, fraccionado y encerrado en un contenedor durante años de litigios judiciales, hasta que en estos días vuelve a ser expuesto gracias a su rescate y restauración, promovidos en parte por el documental. El mismo no ahondaba en la gestación y elaboración de la obra, ni en las pasiones que se desarrollaban a su alrededor. El film de Olivera es la contracara de aquel trabajo: cuenta todo lo que había quedado afuera. Pero se permite un paneo muy similar al de Los próximos pasados por todo el mural, en verdad una reconstrucción, porque el original restaurado aún no está expuesto. La gruesa escena final anuncia la degradación que sufriría esa original pieza de arte.