Vito Dumas según sus propias palabras, algunas pronunciadas por él mismo. Vito Dumas según sus biógrafos Ricardo Cufré y Roberto Alonso. Vito Dumas según un nieto, un sobrino, un alumno, el guía de un museo, un par de amigos. Vito Dumas según fotos del álbum familiar, noticieros cinematográficos, periódicos de la época… En El navegante solitario Rodolfo Petriz retrata a partir de todas las fuentes posibles al aventurero porteño que batió récords mundiales en velero entre los años ’30 y ’50, pero cuyos compatriotas le negaron un reconocimiento unánime.
Mientras rescata del olvido generalizado al también nadador, pintor, autor de cinco libros, el realizador nacido en Temperley aborda la división de aguas entre admiradores y detractores. De esta manera ofrece una semblanza, no sólo de Dumas, sino de una Argentina propensa a pronunciarse desde ese antagonismo histórico –todavía vigente– que algunos llaman Grieta.
Consciente de que la de Don Vito fue una vida de película, Petriz explota recursos narrativos asociados a la ficción. Por ejemplo la recreación de algunos episodios con dibujos animados y con un actor, la explotación del suspenso a partir del bautismo de dos embarcaciones con una misma sigla misteriosa, una musicalización tendiente a reforzar la noción de epopeya.
Por otra parte juega un rol clave el montaje paralelo destinado a señalar la relación entre las famas –buena y mala– de Dumas y el surgimiento del peronismo y su contracara el antiperonismo. He aquí donde asoma la arista política de esta atrapante combinación de biografía y crónica de aventuras.
Desde este ángulo, el guionista, director, productor también describe un mundo más solidario que ahora, pero ya regido por el mismo gendarme bravucón. El mar inclemente se revela entonces como un peligro menor.
En un tramo del film, alguien compara un viaje de Dumas con el atribulado regreso de Ulises a la isla de Ítaca. Con perdón de los especialistas en la Grecia Antigua, bien podríamos ubicar El navegante solitario cerquita de La Odisea.