El éxito del género de horror en las salas argentinas brinda un espacio al estreno de El origen del terror en Amityville de Sheldon Wilson.
La película sigue a Angela, una joven que, tras la muerte de su madre, vive recluida y sin amigos, víctima del acoso de una pandilla del pueblo. Ella decide tomar un empleo cuidando a Adrian, un niño tímido y callado, que acaba de mudarse con su madre a una casa que el pueblo cree que está maldita ya que en 1997 desaparecieron sus huéspedes sin dejar ningún rastro.
En primer lugar cabe aclarar que el título original de la película es The Unspoken (o sea, “lo no dicho”). El cambio genera un gran desconcierto para los conocedores del tema ya que Amityville es una de las casas más populares en lo que respecta a posesiones. Fue adaptada varias veces en el cine, recientemente mencionada en El Conjuro 2. El cambio de título sólo sirve para enganchar a los amantes del terror que están buscando secuelas, reboots o precuelas alrededor de temas ya conocidos.
Más allá de esto, la película no aporta nada nuevo al género. Por un lado las escenas de terror son pequeños sobresaltos de puertas que se golpean y apariciones detrás de los protagonistas, recursos utilizados tantas veces que ya han perdido su valor.
Hay muy pocos efectos especiales y sólo la primera muerte sorprende -aunque de alguna manera engaña al espectador-. A partir de ese momento todos están esperando un estilo más gore en la cinta pero esto nunca llega.
Por el otro, la historia no escala en ningún momento. La protagonista no se encuentra en peligro inminente por esta fuerza del mal y ni hablar de los jóvenes que intentan asesinarla. Tampoco hay un esfuerzo por esconder el misterio que rodea a la casa y la vuelta de tuerca es más que previsible a mitad de la película.