Todos sabemos que ningún día es igual a otro, siempre suceden cosas distintas, eventualidades, pero cuando Julio (Javier Lombardo) se fue a dormir la noche previa a su cumpleaños, jamás pensó lo que le iba a deparar el destino.
Cuando se despierta, ni en sus sueños más profundos podía vaticinar lo que le iba a ocurrir, sólo le interesaba festejar sus 50 años.
La historia que el director Daniel Alvaredo nos cuenta es la del derrotero que tiene o, mejor dicho, padece Julio en un solo día, el peor de todos, porque el protagonista es un actor desocupado que alguna vez fue famoso pero que, como en muchísimos casos, los productores olvidaron, obligándolo a recorrer y buscar contactos para que por lo menos intervenga en publicidades y, pega mediante, puede volver al candelero y vivir de la actuación.
Su esposa Marta (Mónica Scapparone), en cambio, que tiene un trabajo estable, aunque no le agrada, y es la que mantiene la economía del hogar.
Las peripecias que sufre el protagonista son variadas, algunas graciosas, otras producen tristeza. En su periplo tiene que llevar de un lado a otro una antigua lata donde se encuentran las cenizas de su hermano muerto hace 8 años, que con el correr de la narración nos va revelando la vida del protagonista y la relación que tenía con su hermano, tratado en un guión que tiene sus notorios altibajos.
El contrapunto y los diálogos con Marta son lo mejor de la película. La solvencia de Javier Lombardo, que vuelve a un protagónico luego de sus problemas de salud, genera en el espectador que el personaje sea querible y se identifique con él, porque desea que le vaya bien, quiere que salga de la mala racha que lo tiene acorralado.
Mónica Scapparone, en sus pocas apariciones, demuestra que está a la altura del personaje, que lo enriquece, y los directores deberían tenerla en cuenta para sus futuras realizaciones.
El realizador Daniel Alvaredo, con una producción austera, sin mayores pretensiones que la de contar una pequeña historia de un hombre común, donde lo mejor está al comienzo, para después ir decayendo en intensidad dramática, se queda a medio camino entre ser un melodrama o una comedia, y el tono del relato termina siendo amable, simpático, pero con gusto a poco.