La incomodidad de algo que no funciona
La segunda película del actor y director Daniel Alvaredo marca un retroceso y no convence desde ningún rubro técnico.
Mutación entre un cuento de Dickens y una comedia argentina de los '90 interpretada por Francella, El peor día de mi vida es un largometraje que reúne las manías de un corto universitario, lo cual genera, inclusive para un espectador complaciente, una incomodidad rodeada de tristeza.
Aquí se narran las desventuras de Julio durante su cumpleaños. Julio es un actor que tuvo un pasado promisorio pero ahora está hundido en una decadencia multiforme: no trabaja, su mujer quiere separarse, su hija está ausente y su hermano gemelo murió hace ocho años pero regresa como fantasma lacaniano. La idea es que a Julio le salga todo mal y se vea envuelto en enredos de menor a mayor, matriz deudora de Después de Hora (1985), de Martin Scoresese, aunque lejos del homenaje.
En la insipidez de la premisa no estaría el problema; pareciera que su director, Daniel Alvaredo, se rinde de entrada y ante la imposibilidad de manufacturar un producto original, tampoco buscase algo chispeante, oxigenado o mínimamente decente. Desde su inicio la película se configura como una península de comicidad malograda: disfraz de empanada para un comercial, cenizas del hermano succionadas por una aspiradora, supermercado atendido por chinos que no hablan español, autos que no arrancan, etcétera.
A la cámara le quitan su inteligencia para colocarla en el rincón más oportuno de la locación, sin que proponga discurso alguno, ni hablar de planos detalles narrativamente injustificados.
Los diálogos redundan y su protagonista, Javier Lombardo, insulta oración de por medio, creando la monotonía de una reja oxidada. La dirección de arte complota junto a la dirección de fotografía para que cada plano sea, lisa y llanamente, feo.
Su alegre desenlace será un pase mágico que clausura de inverosimilitud una película demasiado amateur para el buen panorama del cine argentino.