Un actor anónimo debe pasar, lo que esperaba como el día en que abandonaría de su anonimato, con las cenizas de su hermano muerto hace 8 años y con el que tiene una cuenta sin saldar.
El peor día de mi vida utiliza una estética televisiva para encarar una película sencilla en todos sus sentidos. Javier Lombardo, quien ya ha demostrado trabajos superiores en Historias mínimas, lleva adelante el protagonismo absoluto y lo hace de forma correcta, como si se pusiera al hombro el film. Se le nota el oficio, sobre todo en los instantes en los que se hace presente la tragicomedia. Luego podemos presenciar algunos otros personajes más sarcásticos, pero que no permiten que se tomen como interesantes para la narrativa.
Hay momentos que suman elementos fantásticos, lo cual resulta interesante por la jugada de implementarlos en esta comedia, y que no desenfocan con la trama, sino que permiten otorgarle un poco de fluidez a la historia. Aun así, el conflicto no termina de ser lo sumamente importante como para desencajar en las acciones del relato.
Daniel Alvaredo, su director, tiene sobrada experiencia en llevar adelante telefilmes, lo cual se ve demostrado en algunas cuestiones que no le permiten soltar en esta propuesta que está más cerca de un unitario de TV que de una película.
Aun así algunas ideas funcionan bien y existen momentos verdaderamente burlescos con gags y chistes efectivos que marcan todo un estilo de artística e ideología que se mantiene a lo largo del film.