El perseguidor es un relato circular, que comienza y cierra con una pareja arrastrando lo que suponemos, es un cadáver, mientras observamos que ambos están llenos de sangre. A partir de allí se van produciendo pequeños raccontos. donde nos enteramos que él es neurocirujano; que un paciente ha muerto en una situación confusa; que ella es arquitecta; y ya de regreso en la ciudad, que tienen una hija, una nieta y que ella tiene un amante.
Si bien el filme logra por momentos un muy buen clima, éste no alcanza. Ya que el abuso de la cámara no justifica la falta de enfoque, el fuera de foco o la falta de pulso de “una cámara-rográfo” que está muy lejos actuar como voyeur, ya que éste se supone concentrado en su objeto de deseo. Aunque el director insista en mostrar los dos registros.
Al margen de que, contradictoriamente en los diálogos, se mueve muy bien en la zona de la elipsis, de aquello de lo que no se habla.
Si hay un flashback, está de más un cartelito que anuncie “tres días antes” (creo). Más si desea mantener un clima de suspenso y de caos.
En los años 80, Brian De Palma tocó este tema, aunque desde otra propuesta, en Doble de cuerpo (Body Double), con Melanie Griffith como protagonista. En 1989 el cineasta francés Patrice Leconte mostró a un voyeur enamorado en su film Monsieur Hire; protagonizado por una muy joven Sandrine Bonnaire y Michel Blanc, en el papel de Monsieur Hire. Y recientemente, el director austriaco Michael Haneke mostró su perspectiva en “Caché”, una producción franco-austriaca estrenada en el 2005.
Omito las comparaciones con Lars Von Trier y los que se identificaron con Dogma 95. Pero llevar una cámara escondida entre las ropas y perseguir a las personas, para imaginar cómo pueden ser sus vidas o los secretos que esconden, resulta casi un juego que desde niños todos hemos hecho o hacemos. El mirón o el observador, si bien no actúa directamente con lo observado, tampoco acude al vértigo, porque se marea y marea.
A pesar de la excelente actuación de Marita Ballesteros y de un muy buen desempeño actoral de Alejo Mango, el espectador termina con un insufrible dolor de cabeza, que no deviene de la persecutoria filmación, ni del misterio a veces logrado, sino desde un innecesario movimiento de cámara.
Siguiendo el linaje de Pablo Fendrik, en la búsqueda de tensión, o en la apropiación de algunos elementos del thriller, con menores elementos de violencia, e intentando alejarse de las convenciones de género, Victor Cruz, con ésta, su ópera prima tiene que rever algunas cosas para su próximo filme, que no obstante, logra encontrar bastante de lo que persigue.