Alguien nos vigila y controla
La ópera prima de Víctor Ruiz empieza con el truquito del rewind, es decir, la película rebobina y nos lleva al final, sugestivo y de preguntas sin resolver aún, donde una pareja arrastra algo que no alcanza a verse con claridad. Comentan sobre una mala praxis y se observa a los personajes sucios, cansados y tensos, con la tierra también cobrando protagonismo, mientras él narra un hecho del pasado y ella plantea olvidarse del asunto. A los pocos minutos se descubre que él es médico de chicos y ella arquitecta. A la media hora de El perseguidor se modifica el inicial registro verista del film por el punto de vista de una cámara que vigila a la pareja durante su estadía en una casa situada en el Delta.
Pues bien, podrá adivinarse o no por qué una cámara espía y quién la maneja, y por supuesto, los pretextos que caracterizan a un film que habla de la invasión de la privacidad. Tema representativo del cine de los últimos 20 años (Michael Haneke y David Lynch dieron muestras de su interés), la propuesta de Ruiz confronta esas dos posturas en colisión: el realismo de determinadas escenas y la cámara voyeur que husmea la intimidad de un matrimonio, interpretado por dos buenos actores como Marita Ballesteros y Alejo Mango. En ese choque tumultuoso entre un par de vidas ordinarias y el virtuosismo de la puesta de cámara (acompañada por un logrado trabajo de iluminación) oscilan las virtudes y carencias del film. El perseguidor es un ejercicio formal (o formalista) donde la historia no interesa tanto ni el guión se preocupa por explicar demasiado.