Alguien te está mirando
Drama con toques de thriller, o viceversa, sobre una pareja acosada por un desconocido.
La opera prima de Víctor Cruz, escrita a cuatro manos con Sandra Gugliotta, remite inevitablemente a Caché , aunque Cruz haya asegurado que no había visto la película de Michael Haneke cuando hizo El perseguidor , y que él no proviene de la burguesía ni se centra en los malestares de clase. No importa. Hay elementos comunes: una pareja de profesionales -que ronda los sesenta-; culpas y pecados reprimidos; y, sobre todo, alguien que los filma persecutoriamente, adueñándose, por momentos, del punto de vista de una película con misterio y nervio, infrecuentes en el cine argentino independiente.
El perseguidor podría vincularse, sí, con el estilo de Pablo Fendrik ( El asaltante , La sangre brota ), en su búsqueda de tensión permanente, en la apropiación de muchos elementos de un thriller y en su alejamiento posterior de las convenciones del género. Durante la primera secuencia del filme de Cruz vemos a la pareja, ensangrentada, arrastrando el cuerpo inerte de un hombre, en una zona salvaje de Tigre. En un alto, entre jadeos, Gustavo (Alejo Mango) le hace una confesión a Lola (Marita Ballesteros), su esposa. El es cirujano; ella, arquitecta. Menos sorprendida que apurada por seguir con la tarea, Lola lo empuja a continuar con el ocultamiento del cuerpo: ella también guarda secretos.
Desde entonces, la película se transforma en un flashback que nos transporta a los días previos, en los que vemos al matrimonio en dos situaciones: públicas, centradas en los prestigiosos trabajos de ambos, y privadas, en las que, a través de pequeños gestos, dejan entrever grandes grietas. Los observamos desde dos prismas. Desde una cámara que podríamos llamar objetiva, la del director de la película; y desde otra, subjetiva y casera, la del anónimo perseguidor. En el afán de Cruz por marcar la línea divisoria, esta última es manejada casi siempre con movimientos parkinsonianos: trémula exageración que, paradójicamente, mitiga la verosimilitud “amateur” del registro. Aun los más inexpertos y los más nerviosos pueden mantener el pulso dos minutos.
Pero, salvo por esta cuestión y por algún diálogo en el que se percibe la escritura del guión, el filme funciona y tiene potencia. Cruz hace un virtuoso uso de la fragmentación, de la elipsis, de lo no verbalizado y de lo no mostrado: en el desenlace opta, con inteligencia, por el fuera de campo y por la insuficiente o nula iluminación artificial durante la noche. Mango y Ballesteros se muestran sólidos. Componen, con credibilidad, a un hombre que salva vidas humanas y a una mujer que concibe y construye edificios: sin vacilaciones. Y que sin embargo, como todos nosotros, no pueden desmarcarse de sus zonas oscuras, de sus ambigüedades, de sus perseguidores desconocidos: de ellos mismos.