El peso de la ley

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UN DEBUT CON IDEAS E INQUIETUDES

Si tenemos en cuenta la serie de elementos que hacen ruido dentro de la película (sobreactuaciones, acumulación de temas importantes, diversos tonos que no fluyen con comodidad) podemos llegar a decir que el debut en la dirección del actor Fernán Mirás es más que aceptable. Es que El peso de la ley logra llegar -no sin dificultades- a buen puerto, en buena medida gracias a la presencia de un humor asordinado que rompe con la potencial solemnidad de la historia y que le aporta un sentido a lo que por momentos parece un cambalache; humor que por otra parte podemos adjudicar a un toque autoral rastreable fácilmente en la carrera como actor de Mirás.

El guión es de Roberto Gispert, actor y socio de Mirás que le acercó esta historia real ocurrida en un pueblo y en la que un hombre es acusado de abusar sexualmente de un compañero de trabajo con problemas mentales. Hacia allí terminará llegando una abogada curtida y un tanto desencantada del funcionamiento del sistema judicial, que será en definitiva el centro moral del relato: porque más allá de su desilusión, no cejará en su intento por encontrar lo más cercano a la verdad mientras driblea entre un grupo de personajes bastante desagradables. El peso de la ley ahondará a partir de ahí en dos territorios que avanzan en paralelo y no siempre de manera fluida: el primero y más fuerte es el judicial, con sus pasillos, sus oficinas en sótanos herrumbrosos, sus disputas de poder y, fundamentalmente, sus miradas clasistas sobre las víctimas, los victimarios y la justicia, que a veces está resuelta con demasiada simpleza o poco rigor (el estereotipado personaje de María Onetto es de lo peor). El otro territorio que trabaja el film es el de la mirada socarrona sobre la vida en los pueblos, en un registro que no evita ni el grotesco ni el absurdo desaforado.

Uno de los aciertos fundamentales de Mirás como director es que su mirada sobre el pueblo y sobre una serie de personajes que bordean la idiotez nunca atraviesa el fino límite que va de la sátira a la misantropía. Digamos, El peso de la ley merodea el espíritu de muchas de las películas de los hermanos Coen, pero lo que en ellos es una distancia canchera aquí se establece sólo como una forma de acercamiento al objeto observado, que puede ser también la de los abogados de la ciudad sobre el pueblo aunque el punto de vista no siempre está delimitado a los personajes y parte muchas veces de la propia película. También es cierto que en ocasiones ese retrato parece un poco excesivo y que algunas actuaciones están varios tonos por arriba de lo aconsejable (si es algo deliberado o falta de pericia del director, es algo que no sabremos). Sorprende en muchas ocasiones que siendo Mirás un actor, lo que menos sobresalga en su película sean precisamente las actuaciones, a excepción de Paola Barrientos como esa abogada profesional y obsesiva.

El peso de la ley está ambientada en los 80’s y no casualmente la película está contaminada por muchos de los tics del cine argentino de aquellos años: es ruidosa, gritona, exhibicionista, poco sutil. Sin embargo en la aproximación humorística mencionada anteriormente, que parece innata al espíritu del propio Mirás, se encuentra la autoconsciencia para licuar el potencial negativo de aquellos recursos y reconvertirlos en algo un poco más interesante. Por eso es también que extraña que esa apuesta por el absurdo se encuentre un poco limitada por las obligaciones que imponen la subtrama policial y la bajada de línea judicial y social: el peso de la ley termina siendo algo que pende no sólo sobre los personajes, sino también sobre el propio film. En ese sentido, todo el viaje al pueblo se siente como una derivación que convierte a la película en un relato algo fragmentario y fallido al que le cuesta un rato largo encontrar el tono adecuado, y que aparece recién sobre la última parte cuando la trama principal comienza a resolverse. En todo caso, El peso de la ley tiene en Fernán Mirás a un director con inquietudes, y son esas inquietudes la que permiten que un relato con ciertas convenciones encuentre sus particularidades y distinciones. Básicamente, lo que un buen director de cine sabe hacer.