No era fácil la apuesta de Víctor Laplace en esta película, pequeña en términos de producción, correcta en su factura técnica y errática en su enfoque de algunos temas espinosos (la ambición desmedida, el manejo discrecional de poder y sobre todo los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia Católica).
Sobre todo porque esos problemas, que aborda este largometraje filmado íntegramente en la imponente selva misionera, admiten un tratamiento sin ademanes solemnes, pero aun así demandan una profundidad que realmente El plan divino, ligera por vocación, no consigue.
Los protagonistas de la historia son un sacerdote anciano y de salud desgastada (Laplace, en el doble rol de actor y director, como en El mar de Lucas y La mina) y dos monaguillos (Gastón Pauls y Javier Lester) que se postulan como posibles sucesores. Uno de ellos con menos convicción que el otro, porque está enamorado de una joven feligresa con la que tiene sueños recurrentes.
De arranque, el tono deliberadamente exacerbado de las actuaciones (particularmente la de Pauls) plantea el clima prototípico de la comedia. Pero a medida que el relato avanza, lo que se insinuaba liviano e irónico pretende volverse más denso. Y es justamente esa transición notoriamente fallida la que provoca más inconvenientes.