Basada en la obra "Niños Expósitos" de Rafael Bruza, "El plan divino", dirigida por Victor Laplace, es una comedia con un tono no del todo certero pero valiosa por la osadía temática que aborda. De eso no se habla. Aún hay cuestiones que el cine más perteneciente al establishment evita.
Es cierto que en los últimos años hubo una apertura temática favorable, se derribaron varios clichés, y se pueden ver películas o escenas con una mirada que antes parecía impensada.
Pero el conservadurismo todavía existe, y más cuando se trata de plantear un producto liviano y pasatista como "El plan divino"… o por lo menos eso es lo que parecería ser. No hay dudas que estamos frente a una comedia, que tiene entre sus productores a Artear, filmada en una Misiones colorida, con un elenco que cuenta con figuras reconocidas, y en sus casi 80 minutos la tónica es ágil y (cuasi) alegre – ya veremos el por qué de ese cuasi – .
Sin embargo, la nueva película de Victor Laplace como director, que adapta una obra del off uruguayo, no teme meterse de pleno con algunos planteos con los que no cualquiera se animaría a exponer así, sin disimulo. Los abusos por parte de la Iglesia Católica a los niños que les son confiados a su cuidado es algo que ya fue tratado tanto en thrillers como dramas, muchos de ellos en un válido ejercicio de despertar polémica para abrir el debate.
Hablemos de "Philomena", "En primera plana", y hasta la local y reciente "Hombres de piel dura". Lo llamativo de "El plan divino" es que se trate de una comedia ligera, y lo ubique en el núcleo propio de la historia.
La sensación es la de una extraña ¿y placentera? Incomodidad. Heriberto (Javier Lester) y Eustaquio (Gastón Pauls) son dos monaguillos y seminaristas que en una pequeña parroquia de la selva misionera aguardan sus nombramientos como sacerdotes.
Mientras tanto, cuidan del párroco de la comunidad, el senil Padre Roberto (Victor Laplace) que no puede valerse por sí mismo, y mediante una irritante campanita exige a sus dos súbditos que, no solo se encarguen de todo en la Iglesia (ya ofician extra oficialmente como curas), sino de él mismo en las cuestiones más básicas como darle de comer, asearlo, ayudarlo a hace sus necesidades, y…
Eustaquio y Heriberto son dos niños huérfanos (llevan por apellido el genérico Expósito otorgado a quienes nacen en un orfanato) entregados desde muy chico a la guardia de Roberto, por lo que no conocen otra realidad, y sus destinos parecen estar marcados, lamentablemente muy marcados.
Todo comienza con una crisis de fe de Heriberto, enamorado de la fiel María (Paula Sartor), que encima está en pareja.
Su idea es abandonar los hábitos y declararle su amor a María. Eustaquio, de apariencia mucho más condescendiente, primero pone el grito en el cielo, pero inmediatamente ve la oportunidad de matar (justamente) dos pájaros de un tiro. Mientras que el padre Roberto viva, Heriberto no va a poder abandonar la iglesia, y Eustaquio no será nombrado sacerdote; y la verdad que ya están cansados…
Bastará un mensaje divino vía tucán, para que Eustaquio pergeñe un plan que incluye envenenar al Padre.
"El plan divino" pone en marcha una comedia ágil, haciendo pie en la complicidad de sus dos protagonistas. Con personalidades diferentes, Eustaquio y Heriberto comparten un infierno que callaron durante mucho tiempo, probablemente no asumiéndolo, y por las circunstancias actuales está por explotar.
El guion de Leonel D’Agostino que airea perfectamente la obra teatral al punto de no advertirnos de este sino es buscando información, acierta al ir al choque; pero a su vez, por la misma razón, se siente como un híbrido. Monaguillos que quieren asesinar al cura, deseos libidinosos, muertes involuntarias, un pasado de violación y actualidad de abuso.
Cuestiones muy escabrosas que serían bien asimiladas en un drama, y "El plan divino" presenta en abierto formato de comedia. Por otro lado, se creería que el tono más acertado sería el del humor negro, ácido, punzante, molesto; y no.
"El plan divino" es una comedia de formato popular, costumbrista, ligera y liviana, de colores estridentes, resoluciones fáciles, remates que apelan al humor típico, música de sketch alegre, que hasta podría ser consumida por un público amplio. Tampoco se adentra en el desparpajo del grotesco, o lo rupturista de Almodóvar.
No, logra una mezcla equilibrada entre lo amable y lo perturbador. Como si guionista y director hubiesen querido hacer una comedia de manual, no menor, que escondiera en su centro algo inquietante. De este modo, rompe los moldes y se convierte en algo bastante atípico que puede sorprender a más de uno. Gastón Pauls, y sobre todo Javier Lester despliegan buen timing para el humor, se meten en sus personajes y logran momentos bastante graciosos.
La química entre ambos también era fundamental para que la cosa funcione, y es muy lograda. Victor Laplace en un rol muy patético logra lo que se propone, profundo desagrado. La labor como director del Perón del cine viene creando una filmografía ecléctica en cuanto a temáticas, géneros, y estilo, pero siempre eficaz y cumplidora, poniendo el acento en la emotividad.
Frases como “no quiero que otros chicos pasen por lo mismo que nosotros” alcanzan para describir un horror y empatizar con los homicidas dolientes, y dichas en el medio de la comedia. La producción se nota controlada, sin un gran despliegue que no necesite, haciendo un muy correcto uso de los exteriores para que luzca más grande de lo que es.
Todos méritos de un director con criterio. En el último tercio, el film muestra pinceladas de drama y se inclina más a una cierta condescendencia, entendible en su idea de no ser una película corrosiva. A "El plan divino" se le pueden criticar varios puntos. Trazos de humor grueso, un tono que puede parecer indefinido (según como se lo entienda y mire esto puede agradar o no), y no ser más punzante en determinadas cuestiones.
Pero su sola osadía de animarse a plantear abiertamente que podemos reírnos de cualquier cosa, y desde el humor generar concientización, ya la convierte en un producto destacado al que hay que prestarle atención. Como mínimo, es toda una curiosidad.