La sinopsis del film dice lo siguiente: En una pequeña iglesia aislada en la selva misionera, viven dos monaguillos cuarentones: Eustaquio y Heriberto. Ambos fueron abandonados siendo niños y crecieron como hermanos, bajo la tutela del Padre Roberto, un anciano sacerdote que fue el mentor de ambos y al que ahora, en el final de su vida, deben cuidar y proteger. Eustaquio pretende quedar al mando de la Iglesia y Heriberto piensa sólo en María, una hermosa y enigmática joven, que apenas repara en él. Ambos enfrentan su primer gran crisis existencial que los lleva a poner en marcha un riesgoso plan, un plan divino.
Ahora imaginemos que uno de los mencionados monaguillos es Gastón Pauls y el otro es Javier Lester (a quien no conocemos, pero es justo mencionar al actor). Pauls es capaz de generar una de las actuaciones más terribles que se hayan visto en la pantalla. Cansado, molesto, distraído, a desgano todo el tiempo, parece estar resistiendo cada escena pidiendo que lo salve la campana. Víctor Laplace, en su doble condición de director y actor, compite contra sí mismo en saber cuál de las dos tareas realiza peor. El veredicto es que peor dirige, porque como actor al menos hace un rol secundario, el del anciano Padre Roberto.
La película se plantea como una comedia negra que luego pierde en comedia y gana en negrura, pero todo con un tono tan opaco y fuera de tono que a la película se le deben adivinar las intenciones que apenas si consigue mostrar en una narración llamativamente torpe. Cómo llegó a hacer una película así y como aparece con respaldo del INCAA es un misterio. La película está por debajo de mediocre, es abiertamente pésima e irremediablemente insufrible. Mérito conjunto entre dirección, guión y actuación.
Esta película, con constantes referencias a Dios y a la vida religiosa, es una verdadera proeza atea en el sentido de que si Dios existe: ¿Por qué permite la existencia de esta clase de películas?