El arte de mostrar la vida cotidiana como realmente es sin metáforas ni concesiones
“El precio de un hombre”, cuyo título original en francés es “La loi du marché” (“La ley del mercado”), mucho más acertado para la propuesta de Stéphane Brizé. Este es un film interesante, cáustico y crítico, de gran verosimilitud con respecto a la sociedad de los años ‘90 y principios del 2000. “En este momento - según declaró el actor Vincent Lindon en un reportaje - es mucho peor. Los grandes monopolios dominan el mundo y ellos son, en realidad, los que gobiernan”. “El precio de un hombre”, no es una obra complaciente, ni ameno, es una producción muy bien hecha que se vale de actores no profesionales en la búsqueda de un realismo que refleja con precisión la cotidianeidad propia de la clase trabajadora. La denuncia sobre las disparidades notorias entre trabajadores y empleadores es acertada y puede que permita que algunas personas, acostumbradas a no ser conscientes de la manipulación de las grandes empresas, abran sus ojos ante esa necesidad de rapiña. Tal vez para otros ésta realización no es más que una constatación sobre los grupos de poder de cada nación. “El precio de un hombre”, muestra la cruda realidad con escenas dolorosas sobre personas honestas que son dejadas de lado por la tiránica suerte. La trama se basa en un hecho real que salió en las páginas policiales y fue el suicidio de hombre en su lugar de trabajo. Se ahorcó frente a todos sus compañeros a raíz de su despido. Stéphane Brizé, con cinco películas en su haber (“Le Bleu des villes,1998”, “Je ne suis pas là pour être aimé”, 2004, “Mademoiselle Chambon”, 2009, “Quelques heures de printemps”, 2012, “La loi du marché” 2015) se ha forjado un espacio propio dentro del cine de temática social. En algunos tramos de sus filmes recuerda a Ken Loach, o a los hermanos Dardenne, y otros a Renoir. En aquellos directores se podía apreciar a personajes reales envueltos en sucesos reales, en el caso de Stéphane Brizé sucede lo mismo al conseguir que sus actores no parezcan personajes sino que sean fieles a sí mismos.
Este filme retrata con eficacia el infierno por el que atraviesa el protagonista (un excelente Vincent Lindon, ganador del premio al mejor actor en el último festival de Cannes por su interpretación), un hombre bueno y decente, víctima del abuso de poder de un mercado laboral que se convirtió en una fría y siniestra exposición donde el colorido y los formatos de los currículum vitae cuentan más que el contenido o las capacidades reales de quien los imprime; la crisis, a su vez, despertó el instinto voraz de obtención de bienes a ultranza y animó a arrinconar al otro y forzarlo a vender sus propiedades para poder comer. A la vez habla sobre las políticas activas de empleo, los cursos sindicales de formación, el mercado de contratación y, finalmente, el microcosmos de los supermercados.
Con un relativo presupuesto, con una muy buena narración que entrelaza varias historias a través de un protagonista, el director tomó el camino de un tiempo ralentado para construir tensión y emociones, en una producción cuyo realismo está en el límite entre ficción y documental, que recuerda en cierto modo a “Viñas de ira” (“The grapes of wrath”, 1940) de John Ford, o “Los 400 golpes” (1959) de Truffaut.La anécdota es sencilla: un hombre pierde su trabajo y debe conseguir otro para poder mantenerse dentro de una sociedad a la que sólo le importa el ganador. El protagonista es un desempleado que debe luchar día a día para sobrevivir, ayudar tanto afectiva como económicamente a su esposa y sostener a su joven hijo discapacitado. Por fin encuentra una salida en una tienda departamental para enfrentarse a la más feroz y cruel aberración de la vida, hombres y mujeres que roban para subsistir.
“El precio de un hombre”se vale de planos muy cerrados, con la inestabilidad propia de la cámara en mano, para incomodar y hacer al espectador partícipe de las angustias de los personajes. El público es un testigo, constantemente interpelado por la compleja sofisticación de las entrevistas de trabajo, o por una moral hipócrita de un sistema en el que todos son a la vez peones codiciosos y defraudadores en potencia.
La cámara de modo imparcial se mantiene a distancia de los personajes, no los juzga, los muestra a nivel de la mirada y comprensión del espectador, explorando con paciencia las reacciones físicas de su personaje en ese clima de agresión psicológica permanente e insidioso de un sistema económico perverso y sus mecanismos de dominación.
“El precio de un hombre” es un filme excelente, con actuaciones brillantes por parte de los actores no profesionales como Karine de Mirbeck (la esposa) o Matthieu Schaller (el hijo), que realmente es un joven discapacitado, que transmitió no sólo su alegría o sus tristeza en tal o cual situación, sino su profunda humanidad.
“El precio de un hombre” es el arte de mostrar la vida cotidiana como realmente es, sin metáforas ni concesiones. Es un espejo de vida, y a la vez una especie de testimonio que excita la conciencia y le impide adormecerse.