Dignidad en juego
Con un Vincent Lindon brillante, la película cuenta la historia de un hombre que, a los 50, debe buscar trabajo.
La desocupación y el mundo laboral en tiempos de capitalismo salvaje son temas riquísimos; en la línea de Laurent Cantet (Recursos humanos, El empleo del tiempo) o los hermanos Dardenne (Dos días, una noche), Stéphane Brizé se sumerge en las dos caras de la misma sufrida moneda: la búsqueda de trabajo de un hombre que ya pasó los 50 años, con todo lo que esa cifra implica cuando de un empleo nuevo se trata, y las humillaciones a las que debe someter y someterse para conservar un puesto. La pregunta es: ¿cuánto se está dispuesto a soportar a cambio de un salario para llegar a fin de mes?
Después de haberlo dirigido en Un affaire d’amour y Algunos días de primavera, Brizé vuelve a recurrir a su actor fetiche, Vincent Lindon, para darle vida a de Thierry, que quedó desocupado a una edad inconveniente, después de años trabajando en una fábrica, con una esposa y un hijo discapacitado que mantener, ahorros menguantes y un magro subsidio por desempleo. Lindon ganó con justicia el premio al mejor actor en el último Festival de Cannes por este personaje: su composición de este hombre que intenta mantener la cabeza alta contra viento y marea es brillante.
El es el único profesional en un elenco integrado por no actores. Este detalle, sumado a las tomas largas, con poco movimiento de cámara, le dan al drama un sabor documental. Y eso aumenta la intensidad de las situaciones que debe afrontar Thierry. Sin cargar las tintas, Brizé se limita a mostrarlo asistiendo a un curso sobre cómo dar una buena impresión en entrevistas laborales, intentando aplicar esos consejos en una de esas entrevistas, pero vía Skype, o negociando la venta de una casita de fin de semana, y esas escenas resultan conmovedoras sin perder su costado humorístico e incómodo.
Pero la película no es sólo el retrato del rigor con que el mercado laboral -“La ley del mercado” es su título original- trata a los desocupados en nuestros días, aun en los países desarrollados. Además de una lectura sobre las consecuencias del neoliberalismo, es, también, una exploración sobre la moral humana. Con el simbólico espacio de un supermercado como escenario, en la segunda parte se desarrolla la tragicomedia de humilladores y humillados. Todo, en el fondo, parece reducirse a una gran negociación con una misma prenda de cambio: la dignidad.