Al borde de la desesperación
El gerente de recursos humanos le dice a un grupo de empleados algo así como que la vida es mucho más que el trabajo, pero el discurso se da justamente a raíz de que la cajera del supermercado en donde están contratados se suicidó en la empresa. Ese es el eje de El precio de un hombre donde Thierry Taugourdeau, 51 años, casado, con un hijo discapacitado, sin ocupación remunerada desde hace 20 meses, continúa mandando currículums, hace cursos de capacitación, se reúne con sus ex compañeros para llevar adelante una acción judicial contra la empresa que los despidió sin justificación, mientras sobrevive como puede con los 500 euros del subsidio de desempleo.
Presentada en el último Festival de Cannes donde Vincent Lindon se alzó con el premio a Mejor Actor por su formidable interpretación, El precio de un hombre es la sólida radiografía del mundo laboral, un relato en la línea de El empleo del tiempo, Recursos humanos o de la reciente Dos días, una noche, pero que a diferencia de las obras de Laurent Cantet y de los hermanos Dardenne, se propone y en gran medida logra, recorrer cada uno de los escalones de la humillación, el enojo, las contradicciones, la vergüenza y la desesperación del trabajador sin trabajo.
El film de Stéphane Brizé (Algunos días de primavera, Une affaire d'amour) recurre a una puesta austera como lo exige la historia y si bien es rigurosa en su plan de registrar la mayor cantidad posible de las aristas que marca la problemática que se propuso abordar, es esa misma ambición la que en algún punto orilla con el regodeo de la caída, apilando situaciones trágicas en donde había quedado clara la magnitud del desastre.