El sistema y sus engranajes
Seguramente el cine francés sea el que mejor retrata la crisis económica, no sólo local sino del continente europeo en su totalidad, alejándose del paternalismo que suele lacerar producciones de otros lugares. Con la gelidez de una puesta en escena perfecta, el director Stéphane Brizé registra sistemas y su funcionamiento, para contar la travesía de un hombre común, ya adulto con familia e hijos, enfrentándose al conflicto de la desocupación. El director, decíamos, registra sistemas: el sistema capitalista; el sistema laboral; el sistema social que rige nuestros vínculos y relaciones. Y lo que hace es es a su vez construir un mecanismo propio (un sistema): los planos se sostienen, la cámara se mueve ligeramente, prefiere poner en cuadro a los que escuchan en vez de a los que hablan, la música extradiegética está casi ausente, evita todo tipo de explosión que instale el discurso político en el nivel del panfleto. La película reluce por momentos como un mecanismo cerrado al que no ingresa ningún elemento extraño que desacople la solidez formal.
El protagonista es Thierry, un tipo que acaba de quedarse sin empleo e intenta acomodarse al presente, incorporando conocimientos mientras busca aquel trabajo que le permita la subsistencia en la dura Francia de este presente de desempleo y desigualdad. En la senda de los hermanos Dardenne, a la que El precio de un hombre le debe mucho, el director evita caer en sordideces mientras pone la cámara a la altura de sus personajes y los acompaña en el viaje.
Precisamente la operación que lleva adelante el director es de registro, y si bien eso puede resultar un poco distante, todo se termina por sostener con la presencia de Vincent Lindon, quien logra una actuación notable como ese Thierry que soporta hasta donde puede los embates del capitalismo. Esa figura casi impertérrita justifica las decisiones de puesta en escena (y algunas temáticas, como la presencia de un hijo discapacitado que vendría a ser como el único exceso de la película), y permite un resquicio de dignidad ante el absurdo al que se somete constantemente. Absurdo que no parece otro que el de la celda donde termina encerrándose, a sí misma, la humanidad. La ley del mercado, su título original, parece mucho más ajustado al nivel de pragmatismo que los personajes sufren y que permite también que aquella distancia de la puesta en escena obtenga una coherencia absoluta.
NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.