“Estamos explorando”, pareciera decir el equipo de producción. La exploración es la base del documental de Oscar Mazú, que tiene su origen a partir de una experiencia cercana a la muerte. Mazú menciona a Víctor Sueiro, porque claro, Sueiro escribió mucho sobre su encuentro con la luz. Pero aquí la idea es otra. El dispositivo audiovisual permite otras posibilidades, y si bien hay un texto guía que tiene tono de reflexión en la voz en off del director, es ese el punto de partida hacia lo desconocido.
Lo que la película decide explorar en relación a la muerte puede estar más o menos sabido por el espectador, incluso interesarle mucho o nada, pero el documental acierta transmitiendo fuertemente el interés por el tema y la audiencia se contagia de eso. Las imágenes tienen además un tono siempre juguetón y de predisposición a la sorpresa. La cámara, digamos, está lista para cualquier cosa. Otro factor que juega a favor de este documental amigable es su sentido del humor. El propio Mazú se ríe, los entrevistados hacen bromas y el divertimento va balanceando un tema que el film siempre trata con la seriedad justa.
Porque es bueno acercarse desde la exploración. Puede percibirse que el documental se va moviendo hacia donde la investigación lo fue disparando. Y también queda claro que la película no quiera tener la última palabra. No conocemos la última palabra porque la última palabra de la muerte la tiene la propia muerte, que se aparece y lo dijo todo. No le corresponde a nadie más y, aunque algunos planos estén fabricados a modo de efecto -todo lo que tiene que ver con las penetrantes miradas a cámara de los entrevistados siempre que se están despidiendo- Mazú lo sabe y así procede. El equipo visita todo tipo de lugares (por ahí aparece una catedral que tenía un particular protagonismo en “Historias Extraordinarias” de Mariano Llinás; imposible pasarla por alto) y, como señalé antes, la cámara no se achica ante nada.
Hay una fuerza fundamental en la película, tiene nombre y apellido y originó sin saberlo el nombre del film: Ricardo Péculo. Tanatólogo de título, encargado del traslado histórico del cuerpo de Juan Domingo Perón, un verdadero apasionado de su profesión, Péculo es el centro del documental. De su experiencia y a partir del camino que va marcando, se desprenden el resto de las líneas y Mazú nunca lo abandona. Es obvio que la participación de este hombre es fundamental para el resultado final, pero a partir de esto quiero ahondar brevemente en una particularidad del género documental.
La magia de los documentales a veces tiene que ver con lo siguiente: encontrarse con personas que ya no son personajes sino directamente actores que siempre estuvieron llamados a la acción y pudieron concretar ese llamado recién con la aparición de una cámara que los quisiera filmar. Pueden comprobarlo viendo a Ricardo Péculo en este documental. Es muy fácil decir “qué personaje este”. Pero miren bien, miren de nuevo. Ya mismo puedo vislumbrar el epitafio:
“Aquí yace Ricardo Péculo, amado esposo y padre, tanatólogo y actor”.