"El prof3s1on4l": filmar para ver
El documental ratifica que no hay nada menos parecido a los pasillos de una escuela de cine que el rodaje de una película. Y menos si es de "El Perro".
“Qué me venís con ‘digital’...”, reta el director a su director de fotografía, cuando éste osa pronunciar esa palabra vedada. “A mí qué me importa que sea digital, analógico o la poronga de nylon”, inventa puteadas el director. Una de las cosas que muestra El prof3s1on4l, retrato de Raúl Perrone a cargo de Martín Farina, es que no hay nada menos parecido a los pasillos de una escuela de cine que el rodaje de una película. Rodar es una batalla, y no precisamente dialéctica: los errores, los descuidos y las distracciones parecen estar a la espera para arruinar la jornada. A Perrone lo llaman “El Perro”. No sólo por el apellido, da a pensar El prof3s1on4l.
Como la previa Mujer nómade, retrato en forma de rompecabezas de la filósofa punk Esther Díaz, El prof3sion4l es una foto en movimiento. Como en toda foto (y a diferencia de Mujer nómade, que saltaba los límites), tiempo y espacio se condensan. Algunos días en el rodaje de una película de Perrone (que resulta ser CUMP4RSIT4, 2016), en un set que si no es el mismo, así lo parece. Invitado al rodaje, Farina cierra encuadres, de modo de generar un continuum espacial. En sintonía con el año de realización, CUMP4RSIT4narra un enfrentamiento entre campesinos y patrones, que se vuelve armado. La batalla de Perrone es otra: cómo dar con el encuadre justo, como hacerse entender por actores y miembros del equipo y, tal como él parecería vivirlo, cómo lograr que esa manga de inútiles no le hunda la película. ¿O es que Perrone actúa del Perro, su otro yo protestón y mala onda?
“¡Guardá está toma!”, le dice a Farina, que lo filma durante un raro momento de felicidad. “Que El Perro se ría es muy raro, eh…” El comentario da la impresión de confirmar su autoconciencia de cumplir un papel. Que nadie se enoje ante sus rezongos y puteadas parece ratificar que, efectivamente, todos saben que el director está actuando. ¿O es que le tienen miedo? Como en La noche americana, donde el personaje del director debía resolver casi al mismo tiempo desde los problemas más nimios a los más cruciales, en escasos minutos Perrone tiene que decidir qué hacer con un parpadeo producido por un tubo de luz, ahuyentar a un par de técnicos que estaban peligrosamente cerca de la lente y, finalmente, resolver la escena en sí. Cuando llega a esto último está tan bombardeado mentalmente que no sabe bien de qué se trataba, y necesita unos segundos para reubicarse.
Da la sensación de que si no existiera “la concha de su madre”, Perrone no sabría qué decir. “Probamos una vez más. Si sigue saliendo mal, esta escena se va a la concha de su madre”, amenaza en un momento. ¿A quién amenaza? A sí mismo, se diría, ya que él sería el más perjudicado en ese caso. “Dejame pasar un día de filmación feliz”, ruega a un asistente, ya en franco terreno de commedia all’italiana. “Mirá cómo habla el campesino éste”, comenta cuando un actor mecha “okeys” a rolete en su diálogo. “Corren para el orto”, en un momento en que medio elenco pasa de izquierda a derecha, en plan belicoso. Y sin embargo da la impresión de pasarla bomba en el rodaje. “Si yo pudiera evitar el rodaje, lo evitaría”, asegura sin embargo. ¿Por eso filma una, dos y hasta tres películas por año? ¿Hay que creerle? “Filmar es el pretexto para ver”, afirma, en la única concesión a la conceptualización que hará durante el rodaje. Bella concesión, sin duda.
¿El prof3s1on4l nos permite conocer algo más de Perrone, además del modo en que rueda? Nada. Ya se dijo: Farina achica el encuadre, y esto vale tanto en términos literales como conceptuales. Aunque quisiera ampliarlo, no podría: en un momento en que lo pesca filmando fuera del “territorio” prefijado, El Ogro amenaza con echarlo.