El anti documental
Ya desde el título que sigue en cierta manera el estilo único de Raúl Perrone queda establecido el guiño con aquel espectador familiarizado con el cine del director de Labios de Churrasco. Y también en ese enorme desafío de adentrarse en la intimidad, sin filtros, casi como un ojo gigante que escudriña desde un espacio no invasivo a los confines del proceso creativo, pero que nunca deja de estar en la cabeza de Raúl Perrone a pesar de su concentración y dedicación en cada detalle de un plano o explicación de su manera de entender de qué va esto de hacer películas, con un grupo de personas reducido y que también intentan entenderlo.
Si Farina partió de la base de sumergirnos en una rutina del director de Hierba para contagiarnos en ese caos de un rodaje de una mística que no se puede mostrar con imágenes o reducirla a conceptos, entonces su anti documental es potente; nada indulgente pero respetuoso al fin y al cabo.
Cuando la cámara participa de esa intimidad y el propio Perrone manifiesta su incomodidad ante tanta exposición hay cierto acuerdo invisible que no excede ese espacio tan difuso entre la admiración y la intrusión o invasión per se. Algo que ningún documental sobre directores de cine logra equilibrar. El de Farina no es la excepción a la regla pero funciona de cabo a rabo para aproximarse a la magia de hacer cine; representar mundos desde la mirada artística y conseguir esos momentos de verdad que nadie puede vivir sin estar involucrado sensiblemente.
Por momentos en cada planificación se encuentra la esencia o el ADN del “Perro”, otro mote que solamente a los íntimos se le permite utilizar. En su búsqueda incansable del plano o el ángulo como si se tratara de un enorme juego al que muy pocos le encuentran el costado lúdico y profesional que se merece.