Película vieja, sí, pero decorosa y, a su manera tradicional y noble.
Esta es una película vieja. No porque no ocurra hoy ni porque se haya filmado hace décadas y hoy ve la luz, sino porque responde a una clase de cine más bien televisivo, más bien edulcorado, que no se hace ya más en nuestro país.
La historia de un hombre recién jubilado que tiene que hacerse cargo a la fuerza de un chico de ocho años, más la tensión con su hija, más un pequeño accidente, es todo lo que el lector puede esperar: un cuento un poco sandrinesco sobre la reconstrucción de relaciones familiares y el redescubrimiento del cariño.
Si la película se ve con amabilidad y llega de manera limpia al final –más allá de algunos ripios, de algunas situaciones un poco de relleno– es porque hay solvencia profesional en las interpretaciones y porque, justamente, no trata de inventar nada y ser fiel a su relato. Película vieja, sí, pero decorosa y, a su manera tradicional y noble.