Esta comedia policial se centra en el famoso y sofisticado robo al Banco Río que tuvo lugar en 2006 en las afueras de Buenos Aires. Diego Peretti y Guillermo Francella protagonizan esta por momentos entretenida película argentina.
El caso del robo al Banco Río, que tuvo lugar hace casi exactamente 14 años (fue el 13 de enero de un hoy aparentemente muy lejano 2006), tiene todos los ingredientes narrativos necesarios para servir de base a cualquier tipo de emprendimiento artístico. Obviamente, están los libros de investigación sobre el caso, pero también las «memorias» de los involucrados. Y se pueden hacer películas, series, obras de teatro, lo que imaginen. El material de base es riquísimo, más que noble. Solo hay que saber aprovecharlo. Sacarle el jugo, como dicen por ahí.
En su versión cinematográfica –co-escrita por el mismísimo «cerebro» del robo (Fernando Araujo), lo cual no deja de ser toda una curiosidad, junto al productor Alex Zito–, Winograd opta por un tono de comedia dramática, no demasiado distinto al de la reciente LA ODISEA DE LOS GILES, película con la que tiene varias similitudes. La decisión tiene que ver con armar un grupo de personajes más o menos pintoresco (aunque, por suerte, aquí no se apuesta tanto al costumbrismo extremo como se hacía en aquel film), despojarlos de casi toda oscuridad y/o ambigüedad, y convertirlos en una suerte de héroes populares, Robin Hoods locales que, a su curiosa manera, pretenden combatir la desigualdad social enriqueciéndose a ellos mismos. Las llamadas heist movies (películas de atracos), en su variante anti-bancaria, están funcionando de maravillas con el público local y se han sumado a los films con variados tipos de delincuentes y/o criminales (además de los citados, están los de EL ANGEL, EL CUENTO DE LAS COMADREJAS y 4×4, entre otros) que protagonizan la mayoría de las películas argentinas recientes de perfil industrial.
EL ROBO DEL SIGLO cuenta su cuento de la manera lo más efectiva y directa posible. Más allá de algunos trucos y juegos con el tiempo que permiten generar algunas sorpresas narrativas durante el atraco en sí, lo que el guión hace es sintetizar la historia lo más posible para abocarse a lo que podríamos llamar sus grandes éxitos. Al co-guionista Araujo lo encarna Peretti como un ladrón inusual, una especie de artista del crimen, que fuma porro todo el día y le busca un sentido zen a su plan. Guillermo Francella es Mario, «el uruguayo», un ladrón profesional experimentado pero que nunca cometió un robo de estas dimensiones y complejidad. El equipo lo completan Pablo Rago como «El Marciano», algo así como el técnico de la operación; Rafael Ferro como «Beto», Mariano Argento como «el Doc» y Juan Alari como «el Gaita», el particular conductor del vehículo de escape.
La película se divide claramente en las tres partes clásicas de una trama de atracos: la preparación, el robo en sí (en este caso, uno bastante complejo y sofisticado) y las consecuencias. Se trata de un caso bastante conocido en muchos de sus detalles, pero no lo spoilearemos por acá llegado el caso de que algún espectador prefiera no leer ni googlear nada sobre el asunto. En estos casos, lo que define a estas películas, más allá de los hechos en sí, son los personajes, sus interacciones, el tono y la efectividad (o no) de los dispositivos narrativos utilizados. En el caso de EL ROBO DEL SIGLO no queda otra alternativa que decir que, en general, se trata de una película correcta, ligeramente divertida, narrada con bastante eficacia (al menos, en sus primeros dos actos) pero sin demasiada complejidad en muchos de sus otros aspectos narrativos.
El tono de comedia dramática elegido lleva a que gran parte de los personajes se definan por una o dos características básicas: Araujo fuma porro, «El uruguayo» quiere a su hija pero siempre le falla, «el Doc» es cínicamente religioso, «Beto» es un mujeriego incorregible y así. A partir de allí, todo lo demás queda en función del talento de los actores –más que nada Peretti y Francella– para circunvalar el guión con su ingenio, sus mohines y sus conocidos recursos como comediantes, algo que funcionará muy bien en algunos momentos (como cuando deben lidiar con el negociador del grupo Halcón que encarna a la perfección, y de manera contenida, Luis Luque) y en otros, no tanto.
Lo que falla, raramente, en una película que viene hasta cierto punto demostrando una sobria eficacia narrativa, es su última parte, lo que sucede después del robo. Toda esa etapa, que uno espera con ansiedad ya que suele ser lo más rico y desconocido en estos casos y películas, pasa a una velocidad supersónica, confusa, atropellándose en los tiempos y las resoluciones, como si la película no pudiese, por alguna ley del mercado, extenderse más allá de las dos horas. Es una lástima que eso no funcione bien, porque aún cuando uno pueda tener diferencias con las elecciones narrativas y formales de EL ROBO DEL SIGLO, hasta entonces su efectividad era innegable. En la última parte –y ni hablar a la hora de saber qué fue de los personajes de entonces a hoy– esa efectividad se borronea.
Se siente, ahí especialmente, que en tiempos de furor por las series, una trama con la riqueza y la complejidad de ésta podría funcionar mejor en ese formato. Tomando en cuenta que el caso se conoce, es en la expansión de ese universo donde se le puede sacar jugo, y no simplemente en relatarlo, en hacer una sumatoria de hechos. Es cierto, dicen que LA CASA DE PAPEL le birló en buena medida esa posibilidad (no vi la serie española pero aseguran que tiene muchos puntos en común y hasta se habló de un juicio por plagio), pero es imposible no imaginar que esta misma historia, con algo más de desarrollo de personajes y, quizás, con un tono más severo y/o realista, podría haber sido mucho más interesante –oscura, atrapante, compleja, hasta inquietante– como otro tipo de película, o bien desarrollada a lo largo de algunos episodios. Así como está, EL ROBO DEL SIGLO es una amable comedia policial (más cercana a LA GRAN ESTAFA o LOS DESCONOCIDOS DE SIEMPRE que, digamos, a EL CIRCULO ROJO o EL PLAN PERFECTO) con varios momentos simpáticos y entretenidos, pero no mucho más que eso. Entender los motivos por los que este tipo de películas, casos y personajes funciona tan bien en la Argentina es material para otro texto.