LOS PROFESIONALES
De un tiempo a esta parte el cine policial se convirtió en la única forma posible del cine argentino para lograr un éxito de taquilla. Tal vez haya que viajar hasta Nueve reinas para encontrar el origen de todo esto, más allá de que la cinematografía vernácula tenga grandes exponentes del género en su período clásico (y otros más vergonzantes en el regreso democrático de los 80’s). Pero el éxito en las últimas dos décadas, esa película que logre superar largamente el millón de espectadores, pertenece casi en exclusividad a películas que abordan directamente lo policial o lo incorporan a su trama. El secreto de sus ojos, Relatos salvajes, El clan, El Angel, La odisea de los giles, son formas del policial que en algún sentido (y otra necesidad de la cinematografía nacional que apunta al gran público) construyen discursos con los que intentan hablar de “lo argentino”. Parece innecesario hablar de la posibilidad o no del éxito comercial de una película dentro de una crítica, pero para entender la construcción de un film como El robo del siglo (incluso su recepción) hay que pensar primero en qué contexto se produce: y ahí es donde ingresa la lógica de mercado, la forma en que una industria se piensa a sí misma y cómo son aquellos proyectos que terminan teniendo luz verde. Porque El robo del siglo es un policial y está basado en hechos reales (como algunos de los citados), tiene un actor convocante cuando está en su especialidad (Guillermo Francella), un director como Ariel Winograd que no sólo está detrás de varios de los éxitos recientes sino que conoce los mecanismos del cine de entretenimiento masivo y, último pero no menos importante, ofrece la posibilidad de pensar “cómo somos los argentinos” a través de su cuento moral sobre el vínculo de la sociedad con el delito. El robo del siglo fusiona todos estos elementos y en el contexto de una industria que suele ser bastante previsible respecto de sus éxitos y fracasos, parece tener todo para ganar. Lo que resta es saber si avanza más allá de su propia lógica de mercado.
La película está basada en un famoso robo ocurrido en Acassuso en enero de 2006, en una sucursal del Banco Río: se llevaron una cantidad de dinero no especificada, en un golpe que ha trascendido las fronteras y se ubica entre los más impactantes del mundo. Allí, de manera bastante ingeniosa, un grupo de asaltantes ingresó al banco y montó una puesta en escena para confundir a las fuerzas de seguridad y terminar escapando por el lugar menos pensado. En la historia se suman elementos sobre el poder creativo del delito, cierto romanticismo justiciero en tener a una entidad bancaria como víctima y el profesionalismo como única forma posible del robo a gran escala. Es decir, una suerte de heist movie en la vida real, algo que el cine debía representar en algún momento. El robo del siglo (como sus protagonistas reales) vio la oportunidad: ahí está la conformación del grupo humano, la planificación del robo, un plan que parece casi imposible y la ejecución del mismo. Winograd, que ya había jugado con el género en la más lúdica y divertida Vino para robar, tiene un gran acierto: por propia identidad, piensa a la historia como una comedia de robos antes que como un drama moral, aunque en el epílogo (donde toda caper movie, luego de la tensión de lo policial, termina definiéndose) quiere jugar un poco con la cuestión ética y resuelve todo de manera un poco simplista. El acierto de Winograd es no pensar la comedia como un sucedáneo de Los desconocidos de siempre (aunque hay un gag que estaba en el tráiler y que amagaba con llevar todo para ese lado), una cita cinéfila algo agotada y que es utilizada, en ocasiones, como seguro contra la mala ejecución del thriller. A Winograd le importa verse profesional en la ejecución, y que su película luzca como tal, igual que a los personajes le sucede con el robo: disfrutan más cumplir con un atraco casi imposible y confundir a la policía, que de la guita en sí misma. Pero ese disfrute de la pericia técnica esconde una trampa: una película es algo más que una sumatoria de piezas bien encastradas.
El robo del siglo es un film bien narrado, que tiene sus citas y lazos con otros films de robos, que demuestra conocimiento cinéfilo y que incluso está bien actuado para una cinematografía donde la comedia mainstream es siempre un problema (Francella, tal vez por contar por primera vez con un director que entiende el género, está bien y luce creíble). Pero, otra vez, nos enfrentamos al problema de tener que valorar una película no por sus propios logros, sino por lo que le falta a todas las demás. Es como que en esa eterna comparación, el cine argentino pensado para el alto consumo no termina de atravesar cierta etapa embrionaria. Y si seguimos pensando en comparar es porque en definitiva a El robo del siglo le falta algo. Hay sí corrección en sus rubros técnicos, pero no termina de ser lo suficientemente graciosa en la comedia, lo suficientemente tensa en lo policial, ni tiene una mirada compleja sobre los temas que aborda, aun cuando lo intenta. Es un film apenas correcto, que en el contexto de una industria realmente desarrollada (como se quiere suponer por estas tierras) sería la norma y no una excepción.