En Enero de 2006, ocurrió un asalto a la sucursal del otrora Banco Río en la localidad de Acassuso. El hecho, que no lamentó víctimas y tuvo una compleja logística tanto de procedimiento como de escape, fue llamado El Robo del Siglo dado a que sus perpetradores no dejaron absolutamente nada librado al azar.
Pero más que robo del siglo, el concepto que se repitió desde el vamos es que se trató de algo “cinematográfico”, aunque irónicamente muchos decían que si a los eventos del robo los vieran en una película sonarían inverosímiles. A riesgo de la obviedad de la frase hecha, la presente película, con suficiente eficiencia, nos muestra que la realidad puede superar a la ficción.
Sin armas ni rencores.
El Robo del Siglo es una película que cumple lo que se propone. O sea, mostrar el detrás de escena, los detalles logísticos de este “robo cinematográfico”, cómo se desarrolló el mismo desde adentro (lo que no podíamos ver por los noticieros) y, tomando en cuenta que fue un hecho que no tuvo víctimas fatales, pueden apreciarse tanto en retrospectiva como en narrativa ciertas situaciones humorísticas. Ellas tanto de la relación de los asaltantes con las víctimas y las fuerzas de la ley con que debían lidiar, así como de la dinámica interna entre los miembros de la banda, concretamente los roces entre el acercamiento cómicamente amateur de algunos de los integrantes en oposición a aquellos más experimentados.
Sin embargo, hay un detalle que esta película bordea como una espada de doble filo y es el desarrollo de personajes. En el costado positivo de ese filo encontramos la caracterización. El personaje de Araujo (Diego Peretti) se nos presenta como alguien con una mentalidad artística y con mucha imaginación. La forma en que se retrata cómo se le ocurre la idea del robo, es efectuada con un lenguaje visual muy claro en sus ideas. Se nos muestra cómo el personaje de Vitette (Guillermo Francella) utiliza un juego de confianza para zafar de una empleada de servicio que lo agarra infraganti en uno de sus robos. Al personaje de Pablo Rago nos lo muestran en su salsa, metido de cabeza en cuestiones técnicas. Los de Mariano Argento y Rafael Ferro no tienen mayor caracterización, el primero es solo quien introduce al personaje de Guillermo Francella dentro del robo, y el segundo planta las semillas de quién será el que destape la olla ante las autoridades.
En el costado negativo de ese filo está el hecho de que el Vitette cinematográfico recibe un mayor desarrollo emocional que el resto de sus compañeros. Sabemos que tiene una hija, que no tiene una muy buena relación con ella, que eso se debe a su profesión, y hasta incluso vemos (en un segmento tan gracioso como concordante con la realidad) su paso por una escuela de teatro para poder desempeñarse mejor como tomador de rehenes. En Vitette podemos percibir una motivación clara para querer participar de semejante epopeya. He ahí el problema: si él recibe desarrollo y no tanto los demás, la película sufre por ello.
¿Le quita su gancho a la película? No ¿Es menos disfrutable por eso? No. ¿La aleja de su meta? Para nada. Pero el no haberle extendido la misma cortesía de una motivación emocional clara a, por lo menos, Araujo, el ideólogo del robo, es lo que deja a El Robo del Sigloun peldaño por debajo de la excelencia. Una terapia, por más que profundice sobre el proceder del personaje, por más que de hecho plantee una intimidad, no tiene el impacto de una relación padre-hija como la que sí tiene su co-protagonista. Se podía omitir en absoluto las intimidades de todos, mantener ese espíritu de docuficción que es a la postre la mayor virtud que tiene la película. Solo los hechos, nada más.
A nivel interpretativo todos entregan labores sólidas y que terminan de crear lo desopilante de la situación. Si bien Ferro, Rago, Argento (estos tres como miembros de la banda) y Luis Luque (como el negociador policial) son eficientes como secundarios, es la química entre Francella y Peretti lo que está en el corazón de todo. Las discusiones que tienen por el “estado cannábico” del personaje de Peretti, son un ejemplo preciso del juego de opuestos que hace que cualquier dupla funcione a nivel cinematográfico.
En lo visual, sobra decir que tiene valores de producción para reconstruir los escenarios del robo de una apuesta inusual en el cine nacional. No obstante, esos valores de producción se perciben también en el dinámico trabajo de cámara que le sabe imprimir el director Ariel Winograd, apoyado por esa leyenda de la fotografía cinematográfica argentina que es Félix Monti.