Mapa de sentidos
Hacedor de un cine personalísimo, Gustavo Fontán entrega con El rostro (2013) una nueva obra en donde lo sensorial ocupa un lugar primordial.
Quienes hayan visto El árbol (2006), La orilla que se abismaa (2008) o La madre (2009), saben que el cine de Gustavo Fontán ha conformado una obra de una coherencia estética apabullante. Lejos de ofrecer lecturas monolíticas, estas películas amplían su(s) sentido(s) en una red que va desde lo impresionista hacia lo conceptual; los detalles revelan nuevos detalles y el espectador muchas veces debe persistir en estos relatos que, sin dudas, alejarán a más de uno de las salas en donde se proyectan. Para quienes ingresen en estas atmósferas sugestivas, en cambio, el resultado será formidable.
En El rostro hay un ausente marcado: el rostro, precisamente. En verdad, ¿cuál es el rostro que el relato apunta desde el título? ¿Es aquel que, hacia el final, nos revela el fin de un viaje? ¿Es, entonces, la cámara la que asume un rol testigo capaz de condensar un humanismo poético, abstracto?
La película está conformada por una serie de secuencias en las que Fontán recupera la textura como portadora de sentido, en diversos formatos y siempre en blanco y negro; el súper 8, el 16 mm, el video. Son modos de registrar, que aquí devienen modos de habitar. Porque estamos frente a un cine que abre las puertas a mundos personales, que más que presenciarlos nos invita a habitarlos. En este caso, se trata de la ribera del río Paraná. Un río de aguas que oscilan entre lo líquido y lo sólido, lo opaco y lo transparente.
¿El “argumento”? El rostro posa su atención sobre la visita de un hombre, que comienza con la secuencia de su llegada en bote, el arribo a una casa en donde los niños juegan, la posterior pesca y la permanente contemplación. Hay una presencia absoluta de lo sonoro; las palabras están ausentes porque no son necesarias. El cine de Fontán tiene algo de antropológico, de mixtura indeterminada entre la construcción de una comunidad (por pequeña que sea; vale aclarar) asociada a una estética que, tal vez como un reduccionismo, podríamos denominar “video arte”. Es un cine austero en recursos de producción, pero potente en el tratamiento de la imagen y proteico en cuanto a sus significados. Nunca es tarde para descubrirlo.