Amar u odiar, entre esos dos vertientes se puede manejar la sensación que el cine de Gustavo Fontán despierta en el espectador. Sucede con los grandes artistas, se los abraza o se los rechaza de plano. "El rostro" es el sexto film de Fontán, y como en los anteriores hablamos de un cine personalísimo, único. Personal por el modo en que el director decide presentarnos sus historias, personal porque de algún modo todas sus películas hablan de él.
El personaje, humano, principal es Gustavo (Gustavo Hennekens) que llega a una isla en el Río Paraná, un lugar en el que quedan “escombros” de algo que en el pasado fue una vida. Gustavo aborda el lugar, en todo sentido, lo recorre, y algo se va haciendo presente, vuelve desde algún lugar perdido, quizás sea ese rostro que creía perdido.
Decíamos que Gustavo es el personaje principal humano (luego arriban otros a la isla), porque en realidad, desde la postura de la cámara ubicada a la altura de los ojos de él, el río y el ambiente, el paisaje, el clima, serán los verdaderos protagonistas, los artífices de la magia que envuelve este asunto. En el correr permanente del Paraná, en ese paisaje derruido que se reconstruye, en ese sonido que envuelve y se vuelve inescindible, hay más de lo que se cuenta a través de la personas, quizás sea por eso que se prescinde del diálogo tradicional.
"El rostro" nos presenta un ciclo cerrado de vida, como aquel río que nunca descansa su cauce; es un film que llama a la inspiración, a la introspección del propio espectador. Ganador como mejor director en el último BAFICI, Fontán sabe lo que su cine representa y juega el juego de su público; El Rostro es lo que un sector llama “film festivalero”.
Aquel público que no esté abierto a experiencias nuevas, a contemplar en lugar de ver, a tomarse el tiempo que las cosas necesitan tomarse, deberá optar por otros rumbos. Su realizador no pretendió nunca narrar un relato tradicional, a lo largo de su carrera ha apostado siempre por dejar que las imágenes hablen por sobre las palabras, como un lenguaje poético en donde los hechos se adivinan más que subrayarse.
En este sentido, Fontán empuja película tras película hacia un desafío subyugante, en un círculo que quizás cada vez se cierre más, pero que, en el mientras tanto, quienes queden adentro, se mantendrán fascinados. La apuesta aquí es a la fotografía en blanco y negro, ascética, llena de matices, que varía de formatos, que pasa de 8 a 16 milímetros, que usa y abusa de los picados y de los planos secuencia para crear su entorno.
Hay una demarcación bien fuerte entre ese paraje desolado y acuoso y la “civilización”. Otra vez, el director utiliza no actores para sus películas, pero más allá de esto, no son sólo no actores, son personas cercanas a su entorno, lo cual le aporta la calidez de la confianza. "El rostro" se nota libre, abierta, y sin embargo, meticulosa.
Una experiencia única, bien vale adentrarse de estos universos, no más no sea para escaparse de la rutina a la que la cartelera nos somete semanalmente. Puede que no sea el film más logrado de su director, pero alcanzan unos cuantos trazos de poesía para lograr no despegar los ojos de la pantalla.