Acercarse a la filmografía de Gustavo Fontán es una experiencia interesante, principalmente porque el director (premiado en el último BAFICI), puede transmitir con un plano la fuerza de un discurso que a otros le llevaría miles de fotogramas. En “El Rostro” (Argentina 2013), al igual que su predecesora “La Orilla que se abisma”, hay un complejo entramado de circunstancias que asemejan su filme más a una “experiencia” que a una tradicional proyección.
Su cine tiene como base la exploración de la intimidad de las personas y en este caso, además, se suma la idea del “no contacto” con otros seres, en un lugar universal (una isla) al que el protagonista del filme (Gustavo Hennekens) llega a través de un pequeño bote. Envuelto en una misteriosa aura, acompañado por la niebla que rodea todo, el personaje desciende a tierra pero habilita un juego con el agua que circula, porque es justamente el río el que será el otro gran protagonista de la película.
El río fluye, el rumor del agua acompasa los movimientos del hombre por la isla, cada paso es también un fluir constante, porque si bien se trabaja con una idea de pasado estático, ese pasado circula. Además de Hennekens y el río, otro protagonista será toda la naturaleza circundante, destacada en hermosos travellings y paneos que acompañan el constante derivar y deambular del hombre en su andar.
Es que en ese errabundeo, del que Baudrillard y Benjamin nos han especializado e ilustrado con la figura del flaneur en la ciudad, podremos ir hilvanando fragmentos de otros momentos del ser, en los que la luminosidad y la fuerte presencia del rostro anodino e hipnótico de una mujer potencian su búsqueda. El protagonista camina por lugares en los que uno puede imaginar que alguna vez hubo algo y hoy sólo son rastros e indicios de otra cosa, por lo que la recomposición de ese pasado será la clave en la expectación.
Fontán se apoya en el contraste del actor a falsos footages y en la elección, clave, de una fotografía en blanco y negro, sobreexposición y granulados específicos, para erigir un discurso potente sobre la vida y la identidad perdida, que está también circulado por los rumores. En la isla su vida es una vuelta a la naturaleza, a los principios básicos de la humanidad y de la convivencia en grupo, nada de tecnología ni consumismo, la caza y la pesca como metas y objetivos a lograr.
En la niebla todo se disuelve, porque esa misma nebulosa envuelve las rutinas más básicas, a las que podemos asistir cual vouyeres gracias a la elección de Fontán de mostrar todo en la pantalla sobre los hombros del protagonista. Hay vínculos fuertes que se potencian en cada paso y la sinergia con el otrora grupo de pertenencia le devuelve la seguridad al hombre para una vez más regresar a la civilización, luego de comprender, claro está, que la esencia inicial está intacta. Hipnótica.