El director Yorgos Lanthimos, (“Canino”, “Langosta”) dirigió y co-escribió con Efthymis Filippou el argumento de un film distinto, perturbador, un artificio que tiene ecos de tragedia griega, el titulo remite a “Ifigenia” de Eurípides y también la noción de un pecado que solo puede ser pagado con el sacrificio de un joven. Pero también pone en funcionamiento una situación en el tiempo actual, donde nada puede hacerse sino cumplir con ese trágico destino sin que ningún dios venga a salvar la situación. Toma la historia de un cirujano cardiovascular, que por culpa de su adicción al alcohol provoca la muerte de un paciente. Ya repuesto de sus problemas, con una familia perfecta, se relaciona con un adolescente que resulta ser el hijo de ese paciente y que en un punto exige esa justicia sin apelaciones. El director que viene de la danza y el teatro, les impone a sus actores una manera de expresarse como robots, rígidos, fríos, distantes. Se mueven en lugares ascéticos, tomados desde arriba, como si alguien los estudiase en un gigantesco microscopio. Muchas veces con escenas que funcionan como referencia a films de Stanley Kubrick. Con no poco sadismo, con un humor negro espesísimo, con la idea de una profecía que no puede evitarse y un chico cada vez más siniestro que profetiza y ordena. Y todo se transforma en una sucesión de horrores con una sola posibilidad de alivio que es tan aterradora como supuestamente inaceptable. Un juego de lo siniestro y lo sádico que sume al espectador en un suspenso a veces insoportable. Con Nicole Kidman y Collin Farrell sobresaliente y un perfecto Barry Keoghan como el vengador.