Lo nuevo del realizador griego de My Best Friend, Colmillos, Kinetta, Alps y Langosta es un ejercicio de sadismo cinematográfico que le valió el premio a Mejor Guión (compartido) en el último Festival de Cannes.
Nunca fui demasiado entusiasta con el cine de Lanthimos, pero su debacle parece no tener fondo. Si uno podía tener ciertos reparos hasta The Lobster (Langosta), en el caso de este nuevo trabajo con Colin Farrell (acompañado por Nicole Kidman) la sensación es de irritación cuando no de indignación.
El griego tiene vuelo visual, creativas ideas de puesta en escena, pero todo su virtuosismo está aquí al servicio del mal (en todos los sentidos posibles). Ejercicio de sadismo y crueldad (parece una reformulación de Horas de terror, de Michael Haneke, y su remake estadounidense Juegos sádicos), se trata de una película manipuladora que toma por rehén al espectador con los peores recursos posibles (y no lo soltará ni hasta el último plano) para describir el progresivo acoso de un joven de 16 años (Barry Keoghan), que ha perdido a su padre, contra la familia del cirujano que falló en la operación de corazón (Farrell interpreta al médico en cuestión y Kidman a su esposa, una prestigiosa oftalmóloga, con la que tienen dos hijos).
Hay momentos en que Lanthimos parece trabajar dentro de los cánones del cine de terror (el adolescente inocente que se va transformando en un ser siniestro y la títpica familia exitosa y aparentemente feliz que se va derrumbando) y, en ese sentido, podría haber funcionado bastante bien, pero enseguida aparecen los simbolismos, las alegorías y las apelaciones morales sobre la culpa, la hipocresía y las miserias de la burguesía. Gente espantosa haciéndole cosas espantosas a otras personas espantosas. No cuenten conmigo.