Quienes conocemos las realizaciones del director griego Yorgos Lanthimos, sabemos que estamos ante uno de los responsables de darle nuevos aires al cine de actualidad, y de incluso poder trabajar sobre viejos conceptos del llamado cine de autor. Es por eso que el desembarco en las salas argentinas de El Sacrificio del Ciervo Sagrado, no es un dato menor, siendo una de esas películas a las que hay que prestarle la debida atención. La primera cinta relevante de Lanthimos es Colmillo, o Canino, una atractiva producción griega en donde se perciben dosis de humor negro y un trasfondo psicológico peculiar. En la siguiente, Alps, sostendría el estilo, pero con resultados menos convincentes. Sin embargo Langosta, film realizado en 2015, daba a pensar que Yorgos Lanthimos no era una casualidad, y que quizás estábamos frente a uno de los grandes cineastas de nuestra era, entrecruzando ese marcado humor negro, con cuestionamientos a la sociedad vigente.
En El Sacrificio del Ciervo Sagrado los sucesos giran en torno a Steven (Colin Farrell) y su familia. Él es un importante cirujano y su mujer Anna (Nicole Kidman) una respetada oftalmóloga. Viven un matrimonio feliz, estable, junto a sus dos hijos: Kim (Raffey Cassidy), y Bob (Sunny Suljic).
Steven, pese a que la vida en familia lo reconforta, o al menos eso parece, se encariñará e intentará ayudar a Martin (Barry Koeghan), un joven adolescente que perdió hace poco a su padre, y vive con su madre desempleada (Alicia Silverstone). No se presenta con claridad qué es lo que lleva a tomar esa posición, pero conforme avanza la película, pareciera que la razón sea un poco la culpa de no haber podido ayudar en la salvación del padre de Martin.
Pese a parecer en un principio un joven amistoso e indefenso, Martin comenzará a exigir más la presencia de Steven, asediándolo por momentos, y hasta pretendiendo que lo visite a él y a su madre más asiduamente, presentando algunos rasgos típicos de un psicópata. Tras esto, la inesperada recaída de salud del hijo menor del matrimonio, complicará notoriamente las instancias. En medio de lo incómodo que puede ser tener a un hijo en medio de tales circunstancias, Martín avanzará en su trastorno, acusando al cirujano de la muerte de su padre, y dirigiendo las cosas hacia un rumbo siniestro y perturbador, planteando un contexto al borde de la amenaza.
Lanthimos no opta por el camino fácil, ni da todo por sentado. La utilización de simbolismos será clave para el desarrollo y comprensión de la historia misma, de fuerte tono psicológico. La pesadilla que vivirán los protagonistas, por momentos retumbará en el mismo espectador, invitándolo a formar parte de los hechos; en ocasiones el sufrimiento se hará palpable, la tensión se sentirá como propia, y es por estas cosas que podemos decir que el director griego va más allá de lo hecho previamente. La inclusión certera de sonidos, más una serie de planos y encuadres delineados a la perfección, no harán más que sostener al máximo la intensidad durante las casi dos horas de película, llevando por momentos a un clima turbio, exasperante y tormentoso.
Las actuaciones están a la altura de las circunstancias, lo poco a criticar es quizás la presencia de cierto extremismo en alguna que otra escena o diálogo, pero por lo que en general representa, termina siendo una experiencia que para quienes exigimos un poco más del cine, nos haga sentir que no todo esta perdido, que todavía hay directores que nos pueden dar una buena cachetada; y uno de esos es Yorgos Lanthimos.