El realizador griego que alcanzó el reconocimiento y la popularidad internacional con “The Lobster” (2015) vuelve a deleitarnos con un relato de tintes surrealistas, que ofrece una mirada pesimista sobre los lazos familiares, la soberbia de las clases enriquecidas y una ética de trabajo paupérrima que acrecienta el sentimiento de desentenderse de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones.
“The Killing of a Sacred Deer” nos cuenta la historia de Steven (Colin Farrell), un distinguido cirujano casado con Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos Kim y Bob. Steven entabla amistad con Martin (Barry Keoghan), un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger aparentemente por una decisión altruista. Sin embargo, con el correr del relato iremos descubriendo que las cosas no son lo que parecen y que el protagonista busca mantener las apariencias y el status quo de su vida cotidiana. Ahí es cuando los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo.
La película funciona a modo de tragedia griega moderna donde el “héroe” transita un camino tortuoso, empezando con un evento fatídico que lo condicionará y le marcará un destino inevitable. Para ello, Lanthimos utiliza un discurso altisonante y metafórico que, como es usual, deja muchas cuestiones abiertas a la libre interpretación del espectador. Este film y su acercamiento surrealista y/o fantástico recuerda un poco al cine de Luis Buñel y a relatos como “El Ángel Exterminador” (1962), donde la narrativa sirve a modo de subterfugio para hacer una profunda crítica social.
Es por ello que la figura de Martin cambiará con el correr de la historia para poner a prueba a nuestro protagonista y a su familia. A modo de semidiós, el personaje de Barry Keoghan (gran papel del actor irlandés que pudimos ver en “Dunkirk”) juzgará al cirujano bajo los códigos de “La ley del Talión” (El conocido “ojo por ojo” que plantea el Código de Hammurabi), luego de que este susodicho haya jugado a ser todopoderoso en el ámbito profesional y del poder que ejerce cuando practica la medicina.
La cinta cuenta con un destacado guion que trabaja las frustraciones, el orgullo y el egoísmo del ser humano. Es así como los personajes irán revelando sus verdaderas caras cuando sus mundos estén a punto de quebrarse. Ese universo gélido e impersonal lleno de simbolismo que nos muestra el realizador. Para ello, contará con un enorme Colin Farrell que se carga la película al hombro, en un tremendo duelo actoral con el personaje de Barry Keoghan, ese individuo que solo busca justicia poética.
En los apartados técnicos, la banda sonora resulta un elemento destacado que mediante su ejecución económica y minimalista logra dotar al film de un clima tenso y frío. Esa atmósfera termina de ser redondeada por un estupendo trabajo de fotografía que complementa ese espacio de opresión, angustia y nerviosismo. Las tomas cenitales y los travellings traseros que siguen a los personajes con lentes angulares y mediante steadicam sirven para destacar esa omnipresencia figurativa que rodea a los personajes (estos planos recuerdan un poco a “El Resplandor” de Stanley Kubrick). Un trabajo agudo y muy cuidado de encuadre y composición para completar un trabajo magnífico.
“El Sacrificio del Siervo Sagrado” resulta una propuesta atrapante y sumamente interesante. Un film que si bien por momentos peca de pretencioso se convierte en atractivo desde el primer momento por su tremenda ejecución. Una película que dejará pensando al espectador y que lo llevará a esas tan preciadas charlas de café post cine que tanto gustan.