Desde obras anteriores, Yorgos Lanthimos nos dejó en claro que sus historias tienen un carácter particular, de incógnita turbia, provocadoras narrativamente aparte de crudas en sus modos de interpelar la norma social y las miserias personales. Bajo estos parámetros, El sacrificio del ciervo sagrado no es la excepción y busca ahondar en esas visiones.
El sacrificio del ciervo sagrado es inquietante, hipnótica en su aura de tragedia inevitable. Lanthimos construye, una vez más, un universo que apela a la representación casi teatral, no al verosímil. Se despliegan situaciones y diálogos donde lo bizarro y lo oscuro se entretejen para dar lugar a una incomodidad sugerente, una sátira tentadora y filosa. No se apela a nuestra empatía, El sacrificio… nos presenta una intimidad diferente: la de ser testigos de un thriller de horror que tiene su fuerza en un desconcierto que sobrevuela toda la obra, un nudo de ansiedad en el pecho, la constante sensación de que algo no está bien.
Steven (Colin Farrell) es un reconocido médico cardiólogo, está casado con Anna (Nicole Kidman), que también se dedica a la ciencia, y juntos tienen dos saludables hijos. La desgracia descenderá sobre ellos cuando un joven, Martin (Barry Keoghan), devele recovecos del pasado de Steven y le anuncie que deberá hacer un sacrificio compensatorio si no quiere que toda su familia resulte devastada por una furia karmática e incontrolable.
Lanthimos articula desde la lejanía, se sacude las herramientas ritualísticas convencionales de encima y reniega de la magia para declararse, con poética y simbolismo cruel, realista en toda su sobrenaturalidad. Su punzante bisturí lo vuelve un cirujano con buen pulso. Sus personajes son seres prácticos que de pronto se chocan de cara con una realidad: a veces no hay refugio ni escapatoria. Hay una deuda. Y no es el aprendizaje en sí ni la comprensión de lo divino lo que se enarbola como portal salvador: una deuda implica un pago. Así de simple.
Ante eso no hay mayores concesiones, sólo sombrías certezas. Luego de la profecía no hay chances de buscar una ingeniosa alternativa para esquivar la fatalidad y salir victorioso. Y Keoghan se luce en la concreción sólida de ese ente anunciatorio tan inescrupuloso como violento en su pasividad, en su aceptación de una fuerza superior incuestionable.
Misma deidad que como espectadores nos envuelve: nosotros no somos los protagonistas. No podemos serlo. Ellos nos despiertan sonrisas de mal sabor, coquetean con el ridículo, nos queda claro que tienen secretos de los que no están orgullosos. La música termina de dar forma a ese cosquilleo pesadillesco, como si no acompañara al drama sino a nuestra omnisciente visión, cada vez más desesperanzadora y a la deriva. La sangre vital de El sacrificio… da vida a ese escenario frívolo de hospital sobrecogedor y rígido, de aburguesamiento estéril, de fina línea delgada entre lo que late y lo que no.
Lanthimos deconstruye al individuo y rompe con su núcleo duro de contención: su familia y sus creencias. Explora límites, egoísmos, es preciso a la hora de desnudar a Steven y a su mujer, una Nicole Kidman que logra condensar la extrañeza que todo lo engulle con una interpretación concreta y algo perturbadora.